Opinión

MÁS VALE PREVENIR QUE LAMENTAR(SE)

Manuel, se va a curar de la infección que padece, pero tiene que dejar de fumar. Si continúa fumando esa enorme cantidad de cigarrillos acabará mal y no podrá dar marcha atrás, no tendrá una segunda oportunidad-. Esto era lo que le decía hace muchos años a un camionero, un tipo fenomenal, al que estaba tratando de una enfermedad pleural no relacionada con el tabaco. Recuerdo su cara de buena persona, que lo era seguro, y su delgadez, cuando me respondió que fumaba tanto porque estaba todo el día solo en el camión y lo hacía para matar el tiempo. Le dije que no estaba de acuerdo, que otros camioneros también conducían solos como él y no fumaban; se entretenían cantando, escuchando la radio o pensando en sus cosas, y que él fumaba por su adicción a la nicotina. Tenía poco más de 34 años. No tuvo fuerza de voluntad para dejar el tabaco, continuó fumando tres o cuatro paquetes al día. Volvió a verme a los 43; se tapaba el orificio de la traqueotomía con unas gasas atadas al cuello. Había sido intervenido de un cáncer de laringe. Había pensado muchas veces por qué no habría dejado el tabaco cuando se lo aconsejé, pero se acuerda uno de Santa Bárbara sólo cuando truena, me dijo. Se murió poco después.


- Voy a ser abuela muy pronto. Mi hija va a tener un niño el próximo mes. ¡No moriré antes de verlo, verdad!-. Esto era lo que me decía una paciente, no hace mucho, de poco más que 40 años, fumadora los últimos 20 de una cajetilla al día, hospitalizada por cáncer de pulmón ya extendido a otros órganos. No llegó a ver a su nieto.


Hace poco acudía de nuevo a la consulta un hombre de mediana edad por dolor en el brazo izquierdo; le dije que había que hacer una radiografía de tórax. Siete años antes le había recomendado que dejara el tabaco, cuando se había consultado, asustado, porque quería saber si padecía cáncer de pulmón. Le dije, 'ahora no, pero, si continúa fumando, quien sabe'. Me prometió que no volvería a fumar, pero no tuvo suficiente voluntad; una semana después escondía el cigarrillo cuando nos saludamos en la calle. Cuando le informé que ahora sí padecía cáncer de pulmón, dijo, 'j? ¡por qué no lo habré dejado cuando me lo recomendó hace años!' Ya era tarde.


Le conté tres historias reales. Le pido disculpas si alguna le ha parecido demasiado dura. Los fumadores piensan que los males les ocurren a los demás fumadores. A los más jóvenes les parece imposible que les pueda suceder algo a ellos, casi les parece imposible que se vayan a morir algún día, y siguen adquiriendo rifas para el sorteo de la muerte adelantada. No estoy de acuerdo con los que piensan que cada uno de nosotros tenemos, desde que nacemos, el día señalado para morir. Muchos, muchísimos, lo adelantan por no llevar una vida saludable.


Cuando voy por la calle y veo cuánta gente fuma o camina con esos estómagos tan abultados me dan ganas de decirles que están estropeando su salud, que tienen que decidir entre tabaco o salud, entre hartarse de comer o salud, entre no hacer ejercicio o salud, entre tomar muchas bebidas alcohólicas o salud. No digo entre salud o trabajar, porque el trabajo, para el que está sano físicamente, y para el que no lo está síquicamente, es una buena medida terapéutica.


Cuando llego al hospital por las mañanas, veo como trabajadores y personas que han pasado la noche con familiares sacan los cigarrillos de la cajetilla, con ansiedad, sin casi haberles dado tiempo de cruzar la puerta, para encenderlos; me quedo con las ganas de preguntarles si han leído lo que está escrito por fuera, que lo que hay dentro mata.


Me fastidia no poder convencer, persuadir, o infundir voluntad a los enfermos y a los sanos para que hagan una vida saludable; les digo que comiendo menos ahorrarán dinero ?más importante aún en estos tiempos de crisis económica-; que se moverán mejor; que se irán más tarde para el cielo; que caminar es bueno para sus rodillas y caderas, y muy malos los kilos de más; que la salud no depende del número de píldoras que se tomen a diario, ni de hacer visitas periódicas al médico o análisis de sangre, sino de hacer una vida saludable: no fumar, tomar pocas bebidas alcohólicas, comer poco, trabajar, y caminar mucho.


Dejar de fumar cuesta, pero las personas que lo han conseguido dicen lo mismo, 'es lo más importante que he hecho en mi vida'. Comer menos todos los días cuesta aún más, porque la comida es más adictiva que el tabaco, y no se puede dejar de comer. Pero la potestad de cambiar solo depende de nuestra voluntad, decía William Shakespeare. La teoría de la relatividad de Albert Einstein está siendo ahora cuestionada; creo que no lo será nunca su sentencia sobre la voluntad, con la que inicié este artículo.


Los japoneses son los más longevos del mundo y se cree que es porque tienen voluntad para levantarse de la mesa con hambre. El descubridor de un medicamento que aumentase la voluntad, sin efectos adversos, merecería el premio Nobel de medicina como lo mereció el descubridor de la penicilina; mientras esto no suceda, debemos pensar que todo lo que más nos cuesta conseguir es lo que más valor tiene.


Creo que los médicos debemos ser predicadores de la salud del cuerpo como los curas lo son de la salud del alma. Nos diferenciamos en que ellos pueden curar siempre todos nuestros pecados (del alma) y nosotros no podemos sanar todos los males (del cuerpo). Nos parecemos en el poco caso que nos hacen.


Mejor es prevenir que curar, decía Erasmo de Rotterdam, y para prevenidos no hay acasos, señalaba nuestro eminente Baltasar Gracián. ¿No es mejor prevenir y disfrutar de buena salud que lamentarse después de haberla estropeado? No sé lo que pensará usted; yo estoy convencido que es mejor lo primero.




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