Opinión

La inefable Pam

En su currículum figura que estudió Filosofía, y aunque jamás ha ejercido profesión alguna, un buen día, decidió erigirse en toda una suerte de jurista experta en Derecho Penal y combinando ignorancia y frivolidad y en un ejercicio de infantilismo impropio del cargo, apadrinar la famosa Ley del “sí es sí”. 

Es la autora del famoso monólogo con risa incluida, en el que se burlaba de las excarcelaciones de violadores y abusadores, por obra y gracia del espantajo pergeñado en su ministerio. Tras un primer conato de victimización insolente, al tercer día pidió perdón por sus desatinos verbales, verdaderos desmanes que injurian la razón y el sentimiento de las víctimas. Pero lo hizo al estilo de los soberbios, que cuando se disculpan lo hacen pareciendo que son ellos los que perdonan a los demás. Lo mismo sucedió al apropiarse de la obra de una fotógrafa para una campaña de normalización de cuerpos; cuando perdió las primarias de Podemos en Pontevedra y llamó “puta coja” a su rival; o al calificar a los jueces de “fachas con togas”.

En sus últimas declaraciones se mostraba preocupada porque las mujeres jóvenes aseguren que su práctica sexual habitual es la penetración y no la masturbación (la obsesión de la izquierda por meterse en el dormitorio de los españoles es digna de estudio). Afirmaba a su vez, mientras sujetaba una imagen del vibrador Satisfyer con el texto “this machine kills fascists” (este aparato mata fascistas), que “pedir el placer para las mujeres también es hacer política” y añadía que “me han llamado, y me encanta, secretaria de estado del gustirrinín. Ojalá pueda hacer que todas las personas de este país sientan placer”.

Es de izquierdas, muy de izquierdas, bisexual y cansina al denunciar que los medios y la sociedad la persiguen por machismo, gordofobia, homofobia y, por supuesto, por el fascismo reinante. En la Fiesta del Orgullo se presentaba como transfeminista, que para los no iniciados son una secta entre las feministas de extrema izquierda, que integra en la lucha feminista a los colectivos trans.

La inefable Pam, además de frívola, bochornosa e injuriosa, se comporta como una hooligan adolescente metida a política. Sólo su última fascistada verbal, “¡qué pena que la madre de Abascal no pudiera abortar!”, le habría costado no sólo su cargo de secretaria de Estado de Igualdad, por el que cobra 123.694 euros (casi 30.000 más que el presidente del Gobierno), sino una más que segura condena por incitación al odio. Pero claro, es más chula que un ocho a sabiendas de que Sánchez no se atreverá a cesarla, porque eso significaría perder el Falcon, Moncloa, Doñana y la Residencia Real de La Mareta. 

Pam y sus colegas del Ministerio de Igualdad están en el Gobierno como escolares de excursión de fin de curso, entre la ignorancia, la mofa y la oportunidad de hacer gamberradas históricas. Ella es la gamberrilla, la matona del tirachinas, la que va a por el profe, o a por el pobre gafitas. Sin acritud, también podría ser un personaje cinematográfico del universo Almodóvar. Sin duda pegaría en una nueva versión de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, o en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. En una de sus diarreas verbales, se autodefinía como una de “las locas del Ministerio de Igualdad”. Ante esa confesión de parte, poco más se puede añadir.

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