Opinión

NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA

El lunes, día 4, como si de un rito se tratase, acudí en A Coruña a una cafetería que, dentro de su estilo, tiene mucho parecido con el madrileño y famoso Café Gijón. Allí solemos pasar, cada lunes, momentos de tertulia entre profesionales jubilados del periodismo y no profesionales, de los que escribimos con la única intención de matar el tedio y evitar que la cama nos reste momentos de vida. Yo, para ello, cuento con la inestimable ayuda de mi musa, Marta. Allí, en estos momentos convulsivos que estamos viviendo en el suelo patrio, no faltan los prudentes a la hora de emitir su opinión, pero tal vez sobren los que en sus disertaciones se creen en posesión de la verdad con ese remate oratorio tan de moda: 'Lo que yo te diga'. Con su convencimiento de saber más que los Siete Sabios de Grecia.


En el trayecto que media entre mi domicilio y el susodicho café, punto de reunión, tengo que pasar por delante de una oficina de empleo y presenciar las largas colas de las víctimas de los ERE, de los que buscan algo acorde con su estudios o formación profesional o también, a la desesperada, dispuestas a aceptar 'lo que sea'.


Una señora, aparentemente sobre 45 años de edad, era una de las personas que estaban en al fila y a la cual trato por haber coincidido con ella en la magnífica biblioteca de la Diputación coruñesa y en la asistencia en algunas conferencias. Viuda de un funcionario, culta, educada, tiene una pensión raquítica, según me confesó un día. Pensión que por insuficiente estaría dispuesta a cambiar por un modesto trabajo estable.


Cuando uno presencia estas colas con semblante triste y angustioso de los que esperan su turno, se horroriza al ver en los medios de comunicación que se aproxima a seis millones el número de parados que hay en España. Y duele más en lugar de ver que desde el primero al último ponemos los hombros para un ¡Aúpa España!, otros disputan el poderío con otros fines. O para dividir el suelo patrio como si fuera un pincho de tortilla española.


La viuda a la que antes me he referido, de fuerte convicción religiosa, atenúa sus problemas rezando. yo la he visto aquí, en A Coruña, en la parroquia de Santa Lucía, en el centro de la ciudad, a hora temprana. Su devoción se inclina orando a la abogada de todos, Nuestra Señora de la Esperanza; a Santa Rita, patrona de los imposibles y Santa Marta, abogada de las empleadas de hogar.


Este mundo está dividido por una inmensa muralla que separa a los ricos de los pobres. Ojalá Nuestra Señora de la Esperanza nos eche una mano. Todos tenemos derecho a comer, según la Constitución Española. Otro ¡ojalá! para que traten de conseguir lo que no son capaces los gobernantes sea de la ideología que sean.

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