Opinión

Las chanclas puestas

Esto del termalismo va en serio. Uno lo vio con sus propios ojos en Termatalia, bien trenzada y con el pedigrí que marcan los años dicho sea de paso. Con expertos traídos de ultramar, también con público variopinto, de los que por apuntarse lo harían hasta en Funergal, si no fuera como es, salvo para los que viven de ello, una feria de “último recurso”.

Complicado olvidar la visión del nutrido grupo de señoras –también había público masculino- que no recogían catálogos sino que agrupaban destinos de porvenir al peso. También, como siempre, la inevitable troupe de políticos interesados en el asunto y acaramelados tras la foto; dando muestras una vez más de que el termalismo patrio goza de buena salud. Hasta vestidos de indios sin venir a cuento se vieron por el recinto, incluso ataviados de cofrades del camino, que con todo respeto que se merecen, juro que eran los mismos. En el deambular feriado tan sólo se echó de menos a los agüistas, extraños seres que a diario usufructúan con esmero unas charcas como si fuera una extensión del salón de casa. “A nuestro termalismo a falta de concreción le sobran fuegos de artificio”, lo reconocían algunos por lo bajinis, esto es tirar el dinero, pero la máquina va; o “la Nave va”, como diría Fellini, y eso es lo que importa.

Nadie duda de que el futuro, a falta de que se concreticen proyectos que de momento cantan verdes, debiera ser esperanzador en un sector que hasta el momento proyecta nuestra mejor imagen exterior, aunque estas, salvo excepciones, privadas todas ellas, repercuten anecdóticamente en el empleo. Difícil imaginar una tamaña generosidad termal como la nuestra en ninguna latitud, donde desde las Burgas a Outariz uno pueda bañarse, hasta posicionar libremente su autocaravana sin dejar un triste euro, cuando el mantenimiento –crecidas incluido- cuesta una pasta. Difícil mensaje –pienso- a quien se posicione en el sector para competir en el futuro con un servicio hasta la fecha de moca. Me lo advierte un amigo, cura para más señas, hablando de números, quien no carente de ironía me apunta, “si a los feligreses que ves comulgar les cobrasen diez céntimos, dejarían de hacerlo”.

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