Opinión

Abusos al volante

Las normas de tráfico duran sin tocar lo que un soplo, pues la DGT, a través del Gobierno de turno, legisla prácticamente de continuo sobre lo qué puede o no puede hacerse al volante de un coche. Algunas de esas medidas son discutibles, como las limitaciones de velocidad,en las que ni siquiera los expertos coinciden a la hora de valorar su necesidad; o las sillas de bebés, que primero era obligatorio llevarlas atrás, ahora pasarán adelante y de espaldas al sentido de la marcha. También parece que habrá novedades en el uso del cinturón de seguridad, que se propone como obligatorio para profesionales que hasta ahora estaban exentos.

Sin embargo, da la impresión de que la dureza de algunas medidas es de dudosa eficacia, a juzgar por las vulneraciones flagrantes de la normativa que se observan a diario. Por mencionar sólo dos, hablemos de la prohibición de arrojar colillas a la calzada y la utilización del teléfono durante la conducción. Ambas son graves por cuanto provocan distracción y comportan riesgo propio y ajeno. El hecho de que se castiguen con multa económica y pérdida de puntos, parece ser poco disuasorio, a juzgar por la proliferación de ambas actitudes al volante.

Si sumamos el incivismo que acompaña a ciertos conductores, la cosa se complica. Observen, sino lo ocurrido a la altura de la parada de autobuses de la Alameda de Ourense en un lapso de tres minutos: se cierra el semáforo y para un vehículo conducido por una joven; detrás, un motorista que enseguida le increpa por lanzar ceniza a través de la ventanilla durante la marcha, que fue a parar a sus ojos. (Reacción de la infractora: dos o tres insultos y un corte de mangas).

El segundo episodio lo protagoniza el conductor de un vehículo comercial, que lleva el teléfono en una mano y un cigarrillo en otra, con la que conduce. Se detiene en el mismo semáforo en el que tuvo lugar el incidente anterior, pero el interés de la conversación le distrae y cuando se pone en verde, no arranca. El claxon de quienes le siguen le devuelve al mundo real, pero lejos de disculparse, encadena una sarta de imprecaciones mientras arranca quemando caucho al tiempo que tira la colilla a la calzada.

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