Opinión

Un asunto de mayor calado

En pleno delirio incendiario de los pirómanos, que ya no acabará en tanto no llueva suficiente, comienza a aparecer la resaca de daños causados por donde el fuego pasó como Atila, con la conciencia de que si es malo que tarde en volver a crecer la hierba, más complicado resultará recuperar superficies cultivadas o cubiertas con arboleda de valor. Como lo será devolver la calma a quienes han visto las llamas al pie de sus casas o propiedades, bloqueados por la impotencia ante el inmenso poder destructivo del fuego.

Un escalón más abajo estamos el resto, quienes no hemos sufrido personalmente los efectos de la piromanía, pero si la congoja que supone ver como el ambiente de destrucción se extiende por los cuatro puntos cardinales. Cuando digo el resto, hay que corregir y decir casi todos, porque mientras la masa asiste atónita a este espectáculo dantesco, hay unos cuantos que se dedican a provocarlo y disfrutar de él, o al menos, sentirse satisfecho con que lo sufran los demás.

Llegados a este punto hay que preguntarse si las autoridades competentes y las fuerzas de seguridad no tienen nada que contarnos al respecto. El silencio está empezando a resultar tan insoportable como el fuego. ¿En qué anda el delegado del Gobierno -el de aquí y los que les toque en otras partes-? ¿Dónde el lenguaraz ministro del Interior, capaz de señalar con pasmosa seguridad al maquinista del tren de Angrois como único culpable de la tragedia a las 48 horas del accidente? Jorge Fernández Díaz, en un alarde de competencia y sagacidad fue capaz de disponer de indicios racionales contra un chivo expiatorio con el que calmar el hiriente ambiente provocado por el siniestro.

Va siendo hora de que cuente algo a la sociedad gallega, estupefacta como está, sobre lo que ocurre. Algún perfil tendrán de los incendiarios, que vaya más allá de los cuatro viejos y tres imbéciles que plantan fuego para eliminar rastrojos, que luego se les escapa. En la calle existe la convicción de que aquí está pasando algo de mayor calado y el olfato popular, que es fino, mira hacia quién pudiera beneficiaresta inmensa pira.

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