Opinión

Los discursos y la realidad

Lo que está ocurriendo en torno a la política y los políticos preocupa mucho más a los ciudadanos que a los propios profesionales de esta actividad; o al menos esa es la impresión desde fuera. La sociedad española está asombrada con el despendole aquí y acullá, donde se reproducen como setas los casos de corrupción y el ejercicio del poder ignorando a quienes les han puesto ahí y sus intereses, que son los de todos.

Razones tienen para ello, porque dejando sentada la honorabilidad de muchos políticos, se está descubriendo que en realidad son menos de los que pensábamos, y que los golfos, lo son mucho. Para qué van a preocuparse si nada de lo que ocurre fuera de su entorno les atañe. Muy bien pagados en algunos casos y razonablemente en otros, con acceso a situaciones de privilegio e inmunes a desahucios, desempleo u otras penalidades que acucian al común de los mortales, directa o indirectamente, no se sienten concernidos cuando escuchan (?) los problemas de la calle.

Sin embargo, reaccionan con inusitada celeridad en el momento en que las protestas llegan al entorno de su ámbito privado. Olvidan que cuando los ciudadanos miran hacia sus gobernantes es que hace tiempo que estos han dejado de mirar a los ciudadanos y que mientras no asuman que es mucho más sencillo legislar contra el abuso, el drama y la miseria que parar las protestas en la acera de frente de tu casa, significará que siguen viviendo fuera de la realidad.

Es lo que tiene practicar o aceptar la política a base de mensajes irreales, poco creibles, apenas circunscrita a titulares o imágenes impactantes destinadas a postre de los espectadores del telediario o como tostada en el desayuno de los lectores matutinos.

En este contexto resulta cuando menos curioso el llanto de Beiras en la tribuna del Parlamento, ya que aunque puestos en situación todos lloraríamos la tragedia personal y social derivada de la droga, hay quien se pregunta si en la dilatada trayectoria política en primera línea no ha habido nada hasta ahora capaz de conmoverle lo suficiente como para quebrar su tradicional firmeza oratoria en público.

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