Opinión

Miedo barato, seguridad cara

La acción de un pirómano ha instalado en la congoja permanente a los vecinos de una pequeña aldea de Parada de Sil, que asisten impotentes a la quema periódica de propiedades e inmuebles sin que las fuerzas del orden investiguen nada -desde luego no sobre el terreno- ni los responsables de la seguridad adopten ninguna medida, ni tampoco se conozca acción alguna por parte de la justicia. En resumen, absolutas ceguera y sordera oficial.

Es una espiral que gira sobre sí misma, ya que las autoridades estarán facultadas para aducir la ausencia de denuncias por parte de los perjudicados por los daños del fuego. Pero esa misma circunstancia debería hacer pensar en las razones para que mantenga la boca cerrada quien ha sufrido fuertes pérdidas económicas como consecuencia de una acción intencionada. Miedo. Así de simple. La indignación, la rabia y la sensación de abandono se rumían en solitario o, como mucho, se comentan en petit comité, al igual que las hipótesis razonables sobre la autoría, pero ahí quedan. Acudir al cuartel de la Guardia Civil o hacer manifestaciones en público, puede convertir quien cometa tal osadía en diana de una nueva fechoría. Nadie puede exigir heroicidades.

En Os Fiós son pocos y viejos; los demás, están fuera ganándose la vida y como mucho son residentes de fin de semana o vacaciones. Unos y otros lloran en silencio la desgracia que les ha caido encima, aunque sus propiedades no hayan resultado afectadas. Esta vez.

El incendio que convirtió en ruinas la vivienda de una vecina al tiempo que sonaban las campanadas, es la gota que colma el vaso de la paciencia vecinal, que sopesan ser una vez Fuenteovejuna para reclamar la protección a la que tienen derecho, pero sobre todo, para pedir justicia.

Ante la pasividad oficial, surgió incluso la posibilidad de demandar una investigación a un perito privado. Dicen quienes saben de esto que el caso está chupado, por la casuística específica y por la competencia profesional de la gente que se dedica a esto. Apuntan que las conclusiones suelen ser tan completas y solventes que podrían conducir al autor.

Pese a lo anterior, la idea carece de salida porque el coste se sitúa fuera del alcance de gentes que, en su mayoría, viven de pensiones muy humildes. Además, teniendo en cuenta que esa investigación se basaría en un trabajo de campo exhaustivo, en el que se incluyen las potenciales aportaciones de los vecinos a través de sus testimonios, se preguntan si ese trabajo concreto no puede llevarlo a cabo la Guardia Civil, cuando es obvio que este cuerpo dispone de equipos especializados en todos los ámbitos de la delincuencia. Lo único que falta es que quien los manda dé la orden de ponerse manos a la obra.

Tampoco es mucho pedir. Los ciudadanos tienen de sobra con los problemas que genera la vida diaria, como para tener que convivir con la zozobra de si el pequeño Nerón suelto convertirá su casa en pasto de las llamas esta noche, la siguiente, o dentro de dos meses; si lo hará en su ausencia o cuando estén durmiendo. Saben que el miedo a una tragedia que puede tener más trágicas consecuencias, mata un poco más su futuro y acaba con su pasado, convirtiendo en ceniza una parte de lo que un día fue comunidad pujante y hoy, por culpa de todos, representa la decadencia en su expresión más descarnada. Acaso el fuego constituya la metáfora perfecta del sino reservado a un amplio sector de la Galicia más rural, del Ourense más profundo. Al fin y al cabo, ¿quiénes son las víctimas o los afectados?: nadie, una insignificancia, una gota de agua en un océano. Es mucho más barato su miedo que su seguridad ¿Para qué perder el tiempo y dinero con ellos?

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