Opinión

De la necesidad y la virtud

Las primeras impresiones de los expertos en paisaje y medio ambiente reunidos en la Ribeira Sacra bajo el magisterio del francés Gilles Clément, uno de los popes en este campo, son esperanzadoras, pues creen en las posibilidades de futuro de una zona tan depauperada como históricamente olvidada. Habrá que esperar a las conclusiones del equipo que trabaja estos días en la antigua Fábrica da Luz, felizmente recuperada por el concello de Parada do Sil como espacio sociocultural. Por lo escuchado, van a ser optimistas, pero hay que tener claro que apuntarán ideas, no una varita mágica para transformar la derrota histórica. A las autoridades les quedarán deberes, pero la llave la tendrá la iniciativa privada. No existen milagros ni mesías. Sólo la propia capacidad y unos extraordinarios recursos naturales.

Es lo que hay, sin que ello signifique la rendición incondicional. Al contrario. Lo explica muy bien el alcalde de Taramundi, Eduardo Lastra, en el cargo desde hace más de treinta años e inventor del turismo rural. Su municipio es envidia y espejo general, porque ejemplifica el progreso a partir del peor de los escenarios posibles. 'Hubimos de hacer de la necesidad virtud', decía anteayer mismo en su despacho. Veamos: 750 habitantes repartidos en 52 núcleos de población con una orografía empinada que dificulta las comunicaciones y encarece cualquier iniciativa. Y un epaisaje bellísimo, eso sí.

Los otros activos eran los molinos de agua, fraguas y una agricultura de subsistencia, en un enclave al que en 1982 todavía no había llegado el suministro eléctrico. Hoy es centro turístico y comercial de primer orden, que en su núcleo principal -menos de 400 habitantes- cuenta con cinco exitosos restaurantes, otros tantos hoteles, comercios y un floreciente sector artesanal y agroalimentario. Lastra admite la importancia de su papel estimulador y coordinador y el apoyo institucional en este tiempo, pero destaca la aportación privada -los vecinos-, cifrada unos mil millones de pesetas. El rol más importante del alcalde, dice, fue hacerles creer en sus posibilidades. Nada más. O nada menos.

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