El fracaso de Madrid en su aspiración de organizar los Juegos Olímpicos de 2020 ha dado pie a una catarata de declaraciones y pronunciamientos sobre esta gran decepción, que habría que preguntarse si lo es, pues salvo los últimos días, ni en España había ambiente de convicción profunda en las posibilidades. La profusión propagandística sólo alcanzó a difundir la idea de que confundimos lo que queremos con lo que tenemos o podemos. Repetir que somos los más no mejora nuestra realidad, ni la percepción que los demás tengan de ella.
La situación general española es mala y la sensación de crisis profunda excede con mucho la piel de toro. Con esa evidencia, es lógico que hubiese electores que detectasen falta de músculo para creer a una ciudad -un país- capaz de coronar con éxito una empresa tan ambiciosa. Un problema muy serio por sí solo, que se multiplica en cuanto coincide con la pésima fama por falta de limpieza en el deporte español, aunque sea sólo en algunos. Los escándalos en ciclismo y atletismo -sobre todo-, junto con la chapucera forma de afrontar la lucha contra la plaga del dopaje, hacen el resto.
La peripecia vivida en el desenlace de la Vuelta a España es espejo perfecto. Gana un señor de 41 años, en lo que a simple vista parece un salto claro sobre las posibilidades de la condición humana, a una edad en la que el reto es salir con los amigos a hacer unos kilómetros durante el fin de semana. Además, cuando ayer se presentaron los responsables del control antidoping, a tomar muestras a esta figura emergente consagrada en la Vuelta, resulta que se había esfumado. Dice su equipo que había avisado del cambio de hotel y nadie se enteró. Puaf...
Dice el doctor Liceras, que fue vicepresidente de la Federación Española de Ciclismo y presidente de la comisión antidopaje, que hace veinte años había equipos -españoles- con capacidad para tapar los positivos de sus estrellas. Da la impresión de que en vez de presentar candidaturas a Juegos Olímpicos deberíamos dirigir los esfuerzos a limpiar esa negra historia, objetivo más modesto, pero vital.
