Opinión

Otros tiempos, otros lugares

La escena del puñetazo de Beiras en el escaño del presidente de la Xunta con éste delante, evidencia que la política parlamentaria gallega ha adquirido viveza tras las últimas elecciones. La cuestión es si son imprescindibles todos los recursos que a los políticos se les ocurran en la diatriba política o si hay otra forma de hacer oposición e incluso, también, de defender al Gobierno.

De entrada hay que admitir que el papel de los señores diputados ha venido siendo interpretado por parte de la opinión pública en las últimas legislaturas como un paripé en el que se discutía mucho, se arreglaba poco, sin que pasase nunca de paripé, en el que el consenso espontáneo surgía sólo para mantener canongías, sueldos o el estatus de los propios parlamentarios. Tal actitud contribuyó a aagrandar el descrédito en la Cámara y a devaluar el prestigio de los políticos dedicados a la actividad parlamentaria.

Por eso la ruptura del statu quo de las últimas legislaturas, fue interpretada como una oportunidad para el enriquecimiento de la vida y el debate en el Pazo do Hórreo. Efectivamente, la cosa cambió, aunque existen dudas si el puñetazo de Beiras entra en el incremento de nivel o es sólo capacidad histrónica del protagonista.

El líder de AGE ya tenía antecedentes sonados como el zapatazo ante Fraga hace muchos años, pero ahora -tal vez el paso del tiempo ayuda- ha ampliado el registro, pues si el golpe en el escaño suena algo así como un reto a duelo al amanecer para defender el honor mancillado, propio de otros tiempos, plañir desde la tribuna de oradores por las fotos de Feijóo con Dorado, se parece más a demostración teatral que a estrategia política.

Si la elevación de nivel es sólo la que se desprende de la calidad interpretativa, hay, además, un error de escenario, pues ese trabajo cae de forma natural en el ámbito del Centro Dramático Galego o de cualquiera de las excelentes compañías que existen en el país. La política gallega precisa nivel, voluntad y dedicación; banalización ya sobraba la que había, aun sin puñetazos, zapatazos o lágrimas hueras.

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