Opinión

Recuperar el tiempo perdido

El proceso municipal de unificación de los terrenos sobre los que el concello de Ourense proyecta un balneario termal, continúa su recorrido burocrático obligado para alcanzar el objetivo final. Quedan todavía requisitos por cumplir, entre ellos los referidos a las alegaciones de los propietarios que el concello quiere unificar en la misma área de reparto del entorno de As Burgas, que va desde el solar de la antigua cárcel, a los Baños do Outeiro y el solar de Xardín das Burgas.

Evidentemente, todo ha de discurrir con arreglo a la legalidad vigente y con las debidas garantías para los afectados por este proceso. Sin embargo, sería bueno que la iniciativa no se enredase demasiado, como ocurre en ocasiones, pues la articulación de una oferta balnearia termal de calidad en el centro de la ciudad es una cuestión que ha de ser considerada como urgente.

El termalismo es uno de los recursos económicos más importantes con los que cuenta Ourense, absolutamente desaprovechado durante muchos años. La situación actual y la falta de perspectivas hacen más perentoria la necesidad de infraestructuras de este tipo. Hay que tener en cuenta que el agua caliente debe ser una de las patas sobre las que se asiente el desarrollo ourensano. Tiene capacidad de sobra para ello, puesto que los estudios técnicos fijan en más de 3 millones de litros diarios el agua caliente que surge de los manantiales en el ámbito municipal.

La cifra es suficientemente reveladora, pero adquiere mayores dimensiones si se compara con otros centros termales míticos Europa, como la pequeña ciudad alemana de Baden Baden, la italiana Montecatini o nuestra vecina Chaves, entre otras muchas, que han logrado articular una forma de vida y un sólido modelo económico a cuenta del agua.

Aquí -no sólo en la ciudad, sino también en la provincia-, hemos vivido de espaldas a tan importante recurso, aún contando con una secular tradición de su uso generalizado. Verín, Molgas, Carballiño, Ribadavia o Cortegada, han visto como lo que fue un potente sector a lo largo del tiempo, que languideció progresivamente a partir de los sesenta bajo una falsa idea de progreso que permitió a las costas capitalizar los periodos de descanso y las vacaciones.

Curiosamente, ha sido en uno de los pocos sitios con características similares, en los que se ha dado esta circunstancia, puesto que numerosos enclaves balnearios españoles, e incluso gallegos, y, por supuesto, europeos, han defendido su parcela de negocio frente a la competencia surgida en torno a las nuevas posibilidades de disfrute del tiempo libre. La peor parte se la llevó la ciudad, pues en la segunda mitad del siglo XX se impuso un inexorable declive de los balnearios, hasta desaparecer en su totalidad. El último establecimiento en echar el cierre fue precisamente el que se encuentra en el solar anexo a la vieja cárcel. A partir de ahí, nada de nada, lo cual no deja de ser una paradoja en una urbe que tiene As Burgas como una de sus señas identitarias, de cuyas entrañas salen en torno a los 300 litros de agua por minuto a más de sesenta grados centígrados de temperatura.

Si a ese capital unimos un entorno urbano y natural privilegiado, con un casco histórico con zonas degradadas, pero que resistió la fiebre modernizadora que ha hecho estragos en otras partes, permitiéndole conservar el sabor y el olor agradable de la historia; una oferta monumental extraordinaria y un entorno natural de gran belleza y posibilidades para el turista tipo del siglo XXI, concluiremos que constituye un lujo imperdonable seguir dejando pasar el tiempo sin aprovechar las oportunidades que tenemos delante.

Te puede interesar