Opinión

El rey de Vigo

Hay personajes que hartos de los fracasos en la vida y faltos del reconocimiento colectivo, hacen lo que sea para llamar la atención y reclamar un protagonismo que por las vías consideradas naturales tienen vedado. Los hay en distintos ámbitos, pero los comportamientos son muy semejantes y extrapolables. Unos pasean sus miserias y sus polvos con menganito o zutanita, de los que luego salen unos lodos que sostienen a un circo de gente que no ha dado un palo al agua en la vida. Todo por llamar la atención y a cambio de pasta, claro, porque gratis, nada de nada.

Otros hacen de la politica su show particular. Comienzan como anodino ministro de Transportes, siguen como triste candidato a la presidencia de la Xunta vapuleados por las urnas, hasta recalar en la alcaldía de Vigo, que es el sitio perfecto para estar en candelero a cuenta de los ciudadanos.

A falta de gestión, o precisamente por ello, el regidor vigués tan pronto pone pianistas en la calle para inaugurar una acera, como hace de proletario en la manifa del 1 de mayo -en coche oficial, eso sí-, como deja aparcado el coche ídem en lugar reservado a minusválidos, o superándose a sí mismo, interpreta a un cuarto rey mago en la Cabalgata. ¿Hay quien dé más? Difícil. ¿Por qué el PSOE pone a gente tan rara al frente de las dos principales ciudades gallegas, teniendo como tiene a tanta tan válida sin necesidad de ser el hazmerreir general?

El mensaje que deja la participación del alcalde vigués en la Cabalgata está claro: él es el verdadero rey de la ciudad. A esto ha conseguido llegar después de treinta años montando cristos en el PSOE de la primera ciudad gallega. No ha logrado hacerla independiente, pero intenta que lo parezca. Es un buen divertimento.

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