Opinión

Las aves de rapiña del ‘Petrucio’

Fedatario y pasante después de haber asistido al otorgamiento de un testamento. Nuestros diálogos jugosos, invariablemente se iniceaban al retorno de una misión cumplida. Surgía el comentario desposeído de toda etiqueta, y se analizaba punto por punto el hecho y las circunstancias correspondientes.


Unas piedras en el camino; una tosca mesa de taberna rural, la barandilla de un viejo puente romano o la sugestiva frondosidad de una ‘carballeria’, servían de paraninfo para la lección consabida. El ‘bla, bla, bla’ convertido en sedante, tomaba como blanco el último acaecimiento: el detalle aparentemente insignificante... su retina y fino olfato sensitivo del fedatario, lo recogía como fiel cámara fotográfica. Y lo volcaba sobre mi persona, hurgando en las reacciones que con ello me producía.


-¿Te has fijado en los rostros de las aves de rapiña que rodeaban el lecho del ‘petrucio’? -¡Sí, desde luego personajes de Solana! -¿Y qué deduces? -Que nada más que estire la pata el viejo, los paraguazos entre el mejorado y los reducidos a la legítima estricta o corta, van a ser oídos en Rodrigatos de la Abadía.


-¡Bien! Vas asimilando, pero aún queda flotando una incógnita que debes resolver a costa de éste y sucesivos casos. En realidad, el testador no abandonará este mundo ni hoy, ni mañana, ni pasado y quizá dentro de quin ce días o un mes, pese a la opinión del galeno. El viejo se resigna a finiquitarse, pero es ‘rapaz’ y deja el lío formado con toda intención.


-¡No comprendo! -La cosa es clara. Le han tenido aislado, abandonado a su suerte durante años y años y ahora avizorando el despojo, los hijos y allegados se reúnen estirando la mano y esperando la dádiva. Sus muestras de afecto filial son tan falsas como la hebilla del cinturón de un indiano. El viejo es listo y ha dispuesto el testamento de esa clásica forma en que lega y mejora, sin determinar concretamente al beneficiario. Y aquí entra el juego de las pasiones bajas, ruínes, que dejan al desnudo el espantapájaros del egoísmo humano.


-Él, lega dos tercios de la herencia al hijo o hija que le esté cuidando y asistiendo a la hora de su muerte. ¿No está exhalando el último suspiro al cuidado de la hija menor y del esposo de ésta? Pues sin duda, aquella será mejorada.


-¿Estás todavía verde? El paisanote aún tiene cuerda para unas tres semanas y él lo sabe; como también sabe que en ese lapso de tiempo se lo va a pasar bomba viéndose zarandeado de ceca a la meca por sus restantes hijos. Lo llevarán de aquí para allá, a la silla de la reina, en carreta de bueyes o en unas parihuelas, pero se lo llevarán. -¡Bien! Pero... ¿consentirán el traslado los que lo vigilan hoy? -¡Esa es la clave muchacho! A estas precisas horas, las intrigas ya están pululando a la dura almohada. Y como susurros taimados irán surgiendo en su oído promesas halagadoras: mejor cama, chocolate con bizcocho a la mañana, papas de maíz, borona con leche al caer el sol... La intemerata hasta que el viejo asiente sacando fuerzas de donde sea. ¡Y vuelta a empezar! La lucha será despiadada y el esqueleto del testador se paseará procesionalmente por los confines de su comarca, una comarca que apenas pudo disfrutar visualmente cuando sus energías no estaban doblegadas. Para sus hijos era entonces un estorbo.


-¡No lo hará por la sencilla razón de que es una de las reglas del juego! Él, heredó de sus antepasados ese mismo resabio y aplica la misma táctica de retranca que en su momento experimentó. ¿Sabes lo que significa retranca en nuestra tierra? -Retranca es algo así como responder a una pregunta con otra. Pensar esto y decir aquello. Dejar un cabo suelto para aferrarse a él. Expresarse en metáfora. No jugar limpio, aparentando hacerlo... ¡en fin! -¡Vale! Pues la retranca está enraizada en todos y cada uno de los personajes que hemos visto.


-¡Es ley de vida! Tendríamos tela para cortar si llevamos la cuestión hacia otro tema. El ‘Petrucio’ ha dispuesto ser enterrado en nicho, huyendo así del contacto con la tierra a la que estuvo tan unido, inyectándole sus sudores y extrayendo de ella el pan nuestro de cada día. ¡La ingratitud no tiene límites!

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