Desde luego, con sólo echar un vistazo a su taco de basuras, un basurero sagaz podrá decir a usted probablemente más cosas sobre su situación social, su solvencia económica, su nivel de instrucción, sus gastos y sus aversiones, sus vicios y sus virtudes que un gran grupo de sociólogos provistos de resmas de cuestionarios destinados a alimentar el último modelo de calculadora. Efectivamente, quiérase o no, nuestro modo de vida se refleja por entero en lo que tiramos.
Al explorar en las montañas de detritus de USA, sus expertos en estadísticas trazaron para nosotros un impresionante retrato del ciudadano norteamericano medio. Veamos.
En el curso de su existencia, éste habrá arrojado 10.000 botellas, 17.500 latas de conserva, 27.000 cápsulas, 35 neumáticos y 126 toneladas de basura. También habrá arrojado a la atmósfera 9,8 toneladas de partículas residuales.
A escala nacional, según el Departamento de Salud, Educación y Seguridad Social, en Estados Unidos se arrojan 3.500 millones de toneladas de desperdicios sólidos por año, de los cuales 360 millones de toneladas de desperdicios domésticos, municipales e industriales, 2.000 millones de toneladas de desperdicios agrícolas y 1.100 millones de desperdicios minerales. No está nada mal.
En este Aconcagua de basuras hay siete millones de automóviles, 20 millones de toneladas de papel, 48 millones de latas de conserva, 26.000 millones de botellas y recipientes diversos. Se estimó, pues, que en EE.UU., por cada millón de habitantes, 200 toneladas de cobre se pierden. En los metales como el manganeso, el plomo, el aluminio y el titano, la cifra es de 20 toneladas cada uno.
Para eliminar estos desperdicios y para empleos domésticos (lavado, cocina, limpieza y riego de los jardines, sin contar la bebida) el norteamericano medio usa o consume unos 250 litros por día de un bien que se hace vez más raro o escaso: el agua potable.
Examinemos ahora la otra cara de la moneda: el consumo. En el curso de su existencia, el norteamericano medio necesita más de 100 millones de litros de agua, 28 toneladas de hierro y acero, 1.200 barriles de petróleo, 6.000 kilos de papel y 50 toneladas de alimentos.
Sea como fuere, los procedimientos de transformación complejos de la historia moderna exigen una amplia gama de materias primas para hacer frente a la demanda de una cantidad de consumidores en constante aumento. Y entre estas materias hay 36, principalmente metales y combustibles, sin las cuales la enorme máquina industrial se detendrá inmediatamente.
Por otra parte, hay que decir que la tierra se vacía. Con la tasa de consumo actual, dentro de cien años habremos agotado todas las reservas conocidas de diez metales esenciales, a saber: plata, oro, cobre, mercurio, molibdeno, plomo, platino, estaño, tungsteno y zinc. Pero si la de consumo aumenta en forma experimental, todas estas reservas, más las de aluminio, cobalto, manganesio y níquel estarán agotadas de aquí a cincuenta años, y si descubriésemos reservas inexploradas no cambiaría gran cosa.
Por lo que se refiere a los combustibles, la situación no es mucho más brillante: El 96% de la energía utilizada hoy en el planeta Tierra deriva del carbón, del petróleo, del gas natural y del uranio. Con las tasas actuales de consumo, las reservas de gas natural y las de carbón y el petróleo que se extraen actualmente estarán agotadas en 56 y 30 años, respectivamente.
Lo mismo ocurre con otros muchos recursos, que se consumen con una inconsciencia lindante en la locura.
La muerte ineludible espera al viajero temerario que se aventura en el Sahara con una provisión insuficiente de alimentos, agua y carburantes; quien quiere emprender esa travesía deberá, como es normal, tomar las precauciones indispensables antes de comenzarla.
En realidad, esas precauciones son razonables y naturales. Sin embargo no las tomamos en nuestro peligroso viaje hacia el futuro. Si no se adoptan medidas urgentes la humanidad se encontrará rápidamente atascada en un desierto que ella misma habrá creado.
