Opinión

Miedo y corrupción

V ivimos de gente que tiene miedo, mucho miedo. Miedo a comprometerse y a decir la verdad. En especial, muchos políticos de distintas tendencias. Miedo a responsabilizarse con algo o con alguien y aceptar como propios sus juicios y declaraciones, descargando su responsabilidad -casos conocidos y muy graves- en funcionarios subordinados. Y amparándose, desde luego, en su condición de parlamentario. Es sabido que si van incluidos en los primeros números, seguro que salen elegidos. En algunos casos, aparecen elegidos nuevamente individuos que estuvieron suspendidos de militancia por disposición judicial. Lo lógico sería, como se hacía en la II República, que el elector votaba, a su juicio, los nombres que consideraba más idóneos dentro de los presentados por los partidos: Listas abiertas.


Sin ir más lejos, ahí tenemos lo que está cayendo en Valencia, Castellón, Madrid y demás sitios. A las personas necesitadas no les regalan trajes nuevos aunque fueran sencillos, porque no hacen ni pueden hacer favores y compensaciones, a cuenta de adjudicaciones a determinadas ‘mafias’ bien organizadas. Y que, incluso, se llega a la desfachatez de que son apoyadas por quienes están obligados a cumplir la ley dando la impresión como si el ‘cortijo’ fuese de su exclusiva pertenencia.


Hay que hablar de honradez de limpieza, de vergüenza ante la situación económica que pasan millones de españoles, mientras unos pocos no se sacian ingresando dinero por medios corruptos o éticamente reprobables.


En realidad, somos la vergüenza de Europa.


Vivimos entre personas sin identidad por culpa del miedo.


Viendo todo esto ¿qué dirán los desempleados, los que esperan un expediente de regulación de empleo o los que tienen solamente rentas de 500 euros al mes o menos, al saber lo que está cayendo y los que apoyan todo esto y se refocilan diciendo que al final todo quedará en nada? Ahí está el despido que, a no dudarlo, es el acto humano después de la muerte que más dolor produce a las personas y se sitúa junto con la separación y el divorcio en la misma escala de sufrimiento.


Las reformas que está pidiendo el presidente de la CEOE y el gobernador del Banco de España respecto de la modificación de la indemnización por despido improcedente no son, desde luego, las más apropiadas en este momento.


En la actual situación: no estamos en crisis; nos hallamos, por desgracia, en recesión. Esta es la palabra correcta. Nos afecta a todos. No obstante ello, yo creo que, con calma y cumpliendo las normas que se vienen dando por quien corresponde, saldremos adelante.


Pero sigamos hablando de miedo. El miedo mata las iniciativas e infantiliza a los hombres y mujeres, obligándoles a vivir de la mano de quienes no lo tienen o aprendieron antes a disimularlo, situándolos en una minoría cró nica de edad que alcanza y define toda su vida.


Ocurre, por ejemplo, que cuando al periodista de una publicación le acucia la necesidad de tener que explicar unos hechos o de ofrecer unos datos, y para eso ha de recabar la colaboración de otras personas, se encuentra con la terrible dificultad de sus negativas, bien porque éstos temen decir la verdad, rehuyendo cualquier responsabilidad, o bien porque temen comprometer a otros que se constituyen en únicos tutelares de esa verdad que por nada del mundo están dispuestos a compartir con subordinados o con quienes consideren ajenos a ella y a sus consecuencias.


Es verdaderamente titánica la lucha que se establece entre el periodista, movido por su propia vocación de proclamar la verdad, y aquellos que tienen miedo a que ésta se sepa y cuyos intereses se verían dañados con su luz y su ciencia. En esta lucha suele siempre quedar derrotada la verdad, que o no es conocida en sus contornos precisos, o es desvirtuada positivamente, con los perjuicios que esto acarrea en el planteamiento normal de la sociedad.


Cualquier miedo de más, asfixia la verdad y al hombre en el reducto de su propio ser. Fomentar miedos y valerse de ellos para imponer la verdad particular de sí mismo o de sus intereses o para diluirla es propio de cobardes y descalifica a los seres humanos.



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