Opinión

El mito de la huelga general

La gente se asusta cuando se habla de la violencia de la clase trabajadora. Sobre todo la burguesía y la derecha conservadora la repudian, tratan de alejar de su pensamiento la idea de violencia, sin que ello impida que la usen cuando les convenga. No hay que olvidar que en la Revolución Francesa abusó de una manera despiadada. Hay que distinguir, sin embargo, entre la violencia brutal e inhumana y la violencia que preconiza el sindicalismo.


Sea como sea, el mito es la obra colectiva de los trabajadores que han llegado a tener conciencia de su acción. Es la intuición y no la inteligencia discursiva. Los mitos son a modo de estimulantes de la energía social. No son descripiciones, sino expresión de voluntades. Son imágenes de batalla. Es lo contrario de la utopía. El mito destruye; la utopía, edifica.


No pudiéndose prevenir el futuro de una manera científica, no se debe, por lo tanto, demostrar la superioridad de unas hipótesis sobre otras.


A la clase trabajadora que aspira a un deseo unánime no se le deben proponer más que ideas simples, sencillas, consecuentes con su manifestación. El mito tiene la ventaja de unificar. Permite, desde luego, abrazar de un solo golpe el conjunto de los actos a realizar. El mito forma un todo; el detalle, no importa. Es una frase musical, cada nota, tomada aisladamente, no significa absolutamente nada.


En realidad, el mito de la huelga general exalta el espíritu de sacrificio de los traba jadores y prepara una moral nueva.


La violencia de la clase trabajadora se opone, como no podía ser de otra manera, a la violencia burguesa conservadora, que pretende servir un derecho ideal, y que no es más que el impedimento estático, puesto al servicio de algunos. La violencia tiene el mérito de poner un poco en claro este caos que la democracia suele dejar en la sombra. Las clases, entonces, se diferencian mejor. Solidaridad, arbitrajes en los conflictos laborales, son reformas propuestas por la democracia. Así, pues, el contrato de trabajo no es una sociedad, ni una venta; es, más bien, una lucha entre vendedores y compradores. Y la lucha está abierta, sobre el campo laboral, entre la clase trabajadora y la burguesía capitalista.


Nada de acomodamientos. De la misma manera que en la antiguedad los primeros doctores de la Iglesia, repudiando toda política cautelosa con los dueños del Imperio Romano y provocando así desconfianzas y persecuciones, habían hecho una Iglesia fuerte para conquistar el mundo, así como por la violencia intransigente, que busca en la fuerza la ultima ratio, la clase trabajadora mide su potencia mejor discriminada.


Desde el punto de vista económico, esta misma violencia obliga a producir mejor. Los empleadores, por su parte, interesados en realizar los mayores beneficios, procuran toda su energía en producir más y mejor, como corresponde.


El empleado y el funcionario, sin distinción de categorías, deben aplicarse al trabajo; que es su obligación. No obstante, la clase trabajadora deberá mostrar su potencia en los grandes conflictos.


El mito de la huelga resume todas las aspiraciones: antagonismo de clases, exaltación del espíritu huelguístico, emancipación de los trabajadores por la acción directa fomentada por los sindicatos y las asociaciones profesionales, sin distinción; por otra parte, hundimiento de los no productores, de algunos servicios esenciales en favor del ciudadano y del propio Estado, por una transformación violenta y absoluta, según la tesis catastrófica.


Para evitar infinidad de problemas sociales y laborales, convendrá, con el tiempo, elaborar el Derecho futuro fundado, precisamente, en la solidaridad. Ya al lado del Derecho tradicional que tiene por esencial principio la autonomía individual, procede pensar despacio en la idea de un derecho solidarista.


Como siempre, la acción y la ciencia están sobre dos planos diferentes. No se puede decir que la ciencia condene la acción, sólo que aquella nace de ésta. No es el pasado el que determina el porvenir, sino que, por el contrario, es a la luz del porvenir, en el fondo de esta fuerza creadora, la que utilizando el pasado, empuja el presente hacia adelante.


Y para concluir, manifestar el deseo de que no se recurra al ciclo de crisis en el que estamos inmersos, para justificar una merma de los derechos de la clase trabajadora; pues, detrás de la crisis vendrá, a no dudarlo, un periodo de expansión económica.



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