Opinión

Nacimiento de los partidos políticos

En los países verdaderamente democráticos deberán contar siempre con varios partidos políticos. Hablemos, pues, de como nacieron las primeras asociaciones políticas en el planeta Tierra.


Antiguamente, los reyes, príncipes y gobernantes tuvieron siempre un cuerpo de consejeros, si bien hasta la época actual, esos consejeros no habían sido organizados en forma de partidos como son conocidos hoy, representando las diversas opiniones existentes. Es claro que éstos se volvieron importantes cuando los consejeros se convirtieron realmente en los verdaderos dirigentes de la política del país.


Sea como fuere, en el siglo XVIII, el Parlamento inglés se había convertido ya en el órgano de más importancia de aquella nación, y quedó dividido en dos bandos: los ‘tories’, más tarde llamados conservadores, y los ‘whigs’ llamados liberales. Los primeros compartían, en general, la opinión de la realeza, estando a favor de una autoridad central muy fuerte. Los segundos, desde luego, eran opuestos a ambos.


En el Parlamento, como era natural, dichos dos partidos ocupaban escaños opuestos. En la Cámara, los toris se sentaban a la derecha del ‘speaker’ y los whigs a la izquierda. Entonces la derecha estaba generalmente considerada como el asiento de honor, debido quizás a que la mayoría de los seres humanos somos diestros. Esto, sin duda, quería decir, por ejemplo, que el ala derecha de la línea de batalla de los griegos era la fuerza cortante, ya que ésta tendía a dirigirse según la dirección del brazo que sostenía la espada, de modo que dicho lado se convirtió en el lugar de los mejores luchadores. O sea, que el mencionado puesto en el Parlamento correspondía claramente al partido que era favorable al rey.


Cuando en el año 1789, Francia se vio convulsionada por la Revolución, en contra del monarca Luis XVI, lógicamente fueron elegidos nuevos legisladores que reorganizaron el poder ejecutivo. Por primera vez, ciudadanos de los más diversos y opuestos puntos de vista y opiniones se sentaron a la izquerida de la persona que presidía las asambleas. Los que estaban ardientemente a favor del rey intentaron demostrar a todas luces su favoritismo, sentándose en el extremo derecho, y los que eran opuestos hicieron lo mismo, naturalmente, pero a la inversa.


En realidad, de esta forma nacieron en el lenguaje moderno el sentido actual del vocablo izquierdas, que es aplicado normalmente a un demócrata que trata de proteger a los ciudadanos más necesitados y procura también el estado de bienestar a favor de todos. y la derecha, por el contrario, suelen ser -salvo excepciones- grupos de políticos reaccionarios conservadores, que nos recuerden tiempos pasados, y que, por lo general, favorecen únicamente a los ricos y poderosos.


Por otro lado, los representantes de la opinión y punto de vista moderado, como era de esperar, se sentaron en el ‘centro’. Éstos, en realidad, son los conocidos mesocráticos. Y que, por cierto, en las últimas elecciones generales de la II República española dicho partido solamente obtuvo un escaño. Algo similar al único obtenido últimamente por Rosa Díez.


En España, quiérase o no, con la vigente Constitución en la mano, casi se liquidó el Estado centralista (quedando en su lugar una especie de Gobierno ‘federal’) y surgió, como novedad, el Estado de las Autonomías que se acerca, como digo en mi último libro, a un verdadero Estado federal. No obstante, tal cual está organizado, hay que reconocer que este sistema, aunque magnífico, resulta caro debido, sin duda, al elevado número de cargos políticos creados al efecto, llegando incluso, en muchos casos, a irritar al ciudadano de a pie, que paga religiosamente sus impuesos para beneficiarse de mejores servicios. Decididamente, en el actual momento de la grave crisis económica que nos afecta grandemente a todos, el Gobierno español debería redactar, y las Cortes aprobar, una ley estatal de restricciones en organismos oficiales de toda índole. Y evitar, dentro de lo posible, el amiguismo en el otorgamiento de cargos de ‘confianza’ por parte de los políticos de turno.


Concluyendo. Nuestro país está necesitado, quiérase o no, de buenos políticos. La mayoría de los que hay actualmente no ha digerido, por desgracia, el Estado de las Autonomías, que lleva consigo, como es natural, el reconocimiento de nacionalidades y regiones. Casi todos los ciudadanos y muchos políticos ya reconocen que, en realidad, el Estado centralista ya no existe, y se limita a lo que es un Estado federal, como por ejemplo, EE.UU., Alemania, Brasil, Argentina, México, Venezuela. Por su parte, la derecha española, pese a todo, todavía no lo ha aceptado...



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