Opinión

El perro ‘Gorka’

El fedatario, como gran aficionado a la caza, no se andaba por las ramas y atizaba perdigonadas lo mismo a las palomillas de un tendido eléctrico que a la veleta de un campanario. Su vista a la distancia, fallaba lamentablemente.


Poseía un perro grandullón que respondía por ‘Gorka’, quien se zampaba por las buenas un buen par de costillitas de ternera y medio kilo de despojos del matadero. De pulgas andaba sobrado, y entre rascarse y levantar la pata trasera, justificaba una actividad muy puesta en duda. Como las sirenas de alarma, casi siempre anunciaba su presencia antes de que la pieza fuese abatida. Y la pieza escurría el bulto, con la misma traquilidad con que lo haría un elefante ante la presencia de un mono.


Es preciso formalizar acta sobre daños y perjuicios causados por cierto embalse, en predio de vecino revoltoso. Y allá vamos acompañados de ‘Gorka’. Los tres sin prisas, arrastrando la pereza de un día otoñal, con matices de oro viejo en los arbustos.


El fedatario aprovecha la incursión para soportar el peso de su bien engrasada escopeta de caza: escopeta de dos cañones, de los cuales sólo uno funcionaba alternativamente.


Campo a través, era muy de agradecer el esparcimiento, máxime teniendo en cuenta que mi maestro había encargado para el regreso, ciertos pollos tomateros y una tortilla de bonito en escabeche que hacían nuestras delicias. Para el can, un hueso como una viga.


¡Paf, paf, paf! El fedatario larga una andanada inesperada sobre un bando de perdices y ‘Gorka’ se dispara como una flecha en busca del objetivo. Pero transcurren dos horas largas y ‘Gorka’ ni retorna ni da señales de vida, pese a las repetidas llamadas de emergencia.


¡La comida-merienda se va a hacer puñetas! La desaparición de ‘Gorka’ pone nervioso a su dueño y su búsqueda constituye el fin práctico de una jornada que se brindaba memorable. Duda en la posibilidad de haberle atizado la perdigonada en los cuartos traseros, pero el cadáver tenía que aparecer.


Escrudiñando matorrales, follaje, ribazos y vastas extensiones a tojal (oh, los verdes tojos de Galicia tan funestos como inservibles) y con manifiesto cansancio, se da por ausente en ignorado paradero al pánfilo de ‘Gorka’. Y su dueño, en explosión de sinceridad, se resigna: ‘¡Va, total era un perro de los que no distinguen entre un caballo de tiovivo o una vaca lechera! El caso es que había costado siete duros... ¡y con lo que comía el angelito!’.


Pero ‘Gorka’ aparece de improviso en la encrucijada de tres caminos, con las orejas gachas y el rabo encogido; mirada de besugo a medio morir e intentando justificar lo injustificable. La aparición inesperada del can, éste provoca en su dueño dos reacciones diametralmente opuestas: una, de satisfacción, semioculta por sus bigotes a lo Kaiser, y otra de furia con válvula abierta a todo gas. Titubea entre atizarle ese puntapié certero que encumbra al centro-campista de hoy, o cepillarse a pelo y contrapelo la piel jaspeada -no muy atractiva que digamos- que luce el chucho.


Sea como sea, opta por exigir una explicación satisfactoria que ‘Gorka’ no atina a canalizar. Ladra lastimosamente al propio tiempo que su tubo de escape emite notas en octava baja, irrespetuosamente y de mal gusto.


En síntesis: Jaime Sabidillo, que ha sido testigo presencial, nos aclara el enigma. ‘Gorka’ había salido de estampía avizorando la caída en vertical de un posible volátil abatido de pura chiripa por su dueño. Pero de golpe y porrazo se topó con un conejo casero que le proporcionó el susto padre. El infarto de miocardio sobreviene y con él las cavilaciones: pérdida de una vida muelle y la posibilidad de caer en manos de un lacero municipal o en una fábrica de embutidos. Se sumerge en sopor, tumbado en mullido trigal y a esperar acontecimientos. La recuperación tarda lo suyo en producirse. ¡En honor a la verdad, el sobresalto debió ser de órdago!

Te puede interesar