Opinión

La plutocracia

El gran poder de la plutocracia ha tenido, para poder seguir dominando, que mediar sobre la organización de la producción y tratar por todos los medios de su rápida racionalización. Forzosamente ha abandonado la tesis liberal. Y sistematizar al límite las formas de producir. Ha ‘sindicalizado’ la producción, si bien con la diferencia notable de su aprovechamiento desmedido. Pero ocurre que así como la sistematización industrial aumenta el rendimiento y los beneficios, no ocurre de la misma manera con los que ponen todo su esfuerzo y son sus principales factores.


Sea como fuere, la racionalización capitalista conduce inevitablemente al paro forzoso de muchos trabajadores (varios millones, en la actualidad), a formidables crisis como la actual que envuelve a todo el planeta Tierra, cuyos síntomas daban a entender a los expertos, con alguna antelación, la que iba a venir, motivada, entre otras causas no sólo bancarias o crediticias, por la contradicción que existe entre el exceso de producción y la falta de mercados.


Quiérase o no, la racionalización económica, aprovechando los progresos de la técnica, aumenta el rendimiento del trabajo y disminuye los precios del costo de las mercancías. Pero desequilibra claramente la vida económica y social. Y he aquí cómo una gran medi da, un adelanto que podría aprovechar la Humanidad, se convierte, por desgracia, en su mayor azote y provoca la natural reacción de los elementos perjudiciales.


Las asociaciones de clase, ante este grave desconcierto, acusan al enemigo y se aprestan a combatirle con sus mismas armas y sus mismos procedimientos, y, por supuesto, sin rodeos inútiles. Van directos a la médula, al corazón, sin titubeos perjudiciales. Saben que reformando la economía se vendrá a tierra todo el edificio social, y, por ello, deberán reorganizarla sobre bases nuevas y justas, acabando de una vez por todas con esta guerra económica que, como siempre, va tras el beneficio individual. Y proponer y asegurar, por consiguiente, una colaboración armoniosa y libre.


Como se aprecia son, desde luego, dos concepciones completamente distintas.


Por un lado, la capitalista, limitada a la estandarización y a la concentración plutocrática de la producción, según la cual el sistema económico actual, basado en el principio de libertad de las fuerzas económicas, es racional. Y por otro, la asociación integral, que considera el sistema económico existente como irracional y busca, en realidad, transformar los principios fundamentales de la economía caótica por una economía nueva, absolutamente coherente, como corresponde.


Desde siempre, las virtudes que los conservadores achacan a su racionalización plutocrática es falsa. Prueba de ello es que no han podido curar su enfermedad crónica: la crisis de sobreproducción y el hambre en el mundo. Ya era hora. El capitalismo va tomando conciencia de la realidad amenazante. Los economistas, sus revistas, las estadísticas del paro, las quiebras y los balances de las grandes sociedades, demuestran el período descendente de la actividad industrial.


Los grandes ‘trust’ y sindicatos capitalistas adoptan medidas restrictivas en la producción para cortar este estado de cosas. Y ya se sabe, ante estos procedimientos, da lugar a que se aumente la asociación de los trabajadores, que trae como consecuencia la depauperación creciente y la desmoraliación completa.


Por todo ello, la racionalización que pretende la asociación de clase es una garantía para la Humanidad, puesto que garantiza la libertad absoluta de pensamiento, suprime el poder en lo que tiene de morbo político, sistematiza la economía para evitar desigualdades y privilegios y funda una excelente moralidad. Y que, finalmente, sea el acicate hacia nuevas formas sociales y laborales más justas y equitativas.



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