Opinión

Seguridad en el trabajo

Más de cien mil muertos y varios millones de incapacitados para el trabajo, tal es el abrumador balance anual de los accidentes laborales y de las enfermedades profesionales en todo el planeta Tierra. Las consecuencias humanas y sociales son verdaderamente dramáticas. El óbito puede privar a la familia de su apoyo y a la comunidad de un miembro cuya contribución al desarrollo hubiere podido ser determinante. Una incapacidad permanente grave puede ser trágica para la familia, la sociedad y la víctima. Las consecuencias económicas imponen un fuerte tributo a la comunidad. El costo de un accidente de trabajo, directo o indirecto, representa un gasto que sufragan los contribuyentes. Por ejemplo, en Estados Unidos el costo de los accidentes del trabajo fue de dos veces más elevado, nada menos, que el total del presupuesto de la NASA. Cabe, pues, preguntarse con inquietud cómo el progreso industrial ha podido convertirse en algo que produce efectos tan contrarios a los previstos.


Hace bastantes años, que se viene legislando en nuestro país sobre higiene y seguridad en el trabajo, teniendo como líneas fundamentales una actitud coordinadora, integrando todo lo que había disperso dentro del Ministerio de Trabajo, al objeto de conseguir mayor rentabilidad en los medios empleados y coordinar los esfuerzos de cuantos estamentos y personas dedican su actividad a las labores preventivas; promocionar los instrumentos técnicos necesarios para que toda la población trabajadora tenga un asesoramiento y control adecuado; incrementar la motivación del mundo del trabajo y de la sociedad en general, para que surja la necesidad de la realización de una seguridad, que emane precisamente de la propia raíz de la persona. Además, se atiende a la formación de expertos de la especialidad.


Prescindiendo de las medidas cuya fina lidad esencial es crear condiciones materiales de seguridad para el trabajador y trabajadora, examinemos las modalidades de la motivación, la participación y la formación, que son las que determinan específicamente la contribución de aquellas personas a las actividades de prevención en la empresa. Es preciso admitir que la prevención tiene un aspecto negativo que no sirve a su conveniencia, puesto que su propósito es impedir algo, desde luego, que no se tiene la seguridad que ocurra. Es, por tanto, difícil estimular el interés pro la prevención.


Sea como fuere, la preocupación por la seguridad conviene fomentarla ya en la ense ñanza primaria. Es lógico que la actitud consciente del adulto con respecto a la seguridad que le hayan sido inculcados en la escuela.


La enseñanza en materia de seguridad en el trabajo debe proseguirse con motivo de la formación profesional de los adolescentes. Las universidades y las escuelas profesionales deberían impartir tal enseñanza. La enseñanza en materia de seguridad no debe ser enrevesada, pues la seguridad e higiene en el trabajo consiste tanto en preveer como en promover la creación y mantener un ambiente de trabajo adaptado a la aptitud física y mental del trabajador y trabajadora. Es una contribución esencial a la humanización del trabajo.


Por su parte, la información sirve para recordar periódica y continuamente las prescripciones y métodos de seguridad e higiene a nivel de la empresa. Las informaciones difundidas mediante carteles, tableros de demostración y películas, campañas de seguridad, concursos, cursos y otros métodos audiovisuales constituyen la esencia misma de comunicación en la empresa y contribuyen, a no dudarlo, a mantener buenas condiciones de seguridad e higiene y salubridad.


Y, para concluir, manifestar que la seguridad del trabajo precisa conocimientos muy especiales para la solución de ciertos problemas, pero la labor de prevención se funda esencialmente en el sentido común, en la reflexión que precede a la acción y, en cierto modo, a la imaginación.


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