Opinión

El valor ético del trabajo

Si realmente, el trabajo de todos los trabajadores del mundo civilizado no es una mercancía, ¿qué es?, ¿qué debe ser? Nos espera una sorpresa. La respuesta no ha penetrado aún en la conciencia popular ni se ha expresado de forma de la que pueda servirse la política social ni siquiera el Derecho. Quiérase o no, el contrato de trabajo no es un trueque, no es solamente cambio de trabajo por dinero. Hay en él unos ‘valores humanos’ que nos son dados y manifestados, pues el que trabaja, sea empresario o empleado, con toda su voluntad, el que consagra a su obra toda su fuerza, el tiempo de que disponen, su personalidad lleva a cabo una tarea valiosa, tanto desde el punto de vista humano, como desde le punto de vista social. Es una prestación que aprovecha no sólo el empresario o empresaria, sino también, a toda la comunidad humana, de la cual él o ella forman parte. Esto se dice actualmente de mil maneras. Se pide incansablemente que se reconozca la dignidad humana en el trabajdor o trabajadora, se declara, por fin, que el trabajo tiene un sentido, y que este sentido es social, que se debe admitir el valor humano del trabajo que el trabajador debe disfrutar en el hecho mismo de trabajar. En pocas palabras: se proclama, como corresponde, que el trabajo tiene, desde luego, un valor moral.


Todas estas indicaciones significan, igualmente, que el trabajo ostenta, a todas luces, un valor ético. Si bien el problema consiste esencialmente en la construcción y adopción de una moral del trabajo. ¡Decimos bien moral del trabajo y no protección puramente material del trabajador o trabajadora! En realidad, nosotros colocamos antes, por ser así, la teoría de la moral del tabajo que la teoría económica del valor.


Ciertamente, en la escala de valores morales, no pretendemos colocar el trabajo en su cúspide; pero algún sitio hay que buscarle de acuerdo con su rango.


Por otro lado, el trabajador no pide honores, sino simplemente que se reconozca su valor, que le permita soportar dignamente la fatiga a menudo, como es sabido, monótona y dura.


Vivimos hoy en un régimen de división del trabajo -ello es inevitable-, pero este régimen debe y puede aportar su contribución. Sin duda, hay tareas más elevadas que otras, pero para ello no deben seguirse criterios convencionales. Por cierto, no olvidemos que los traficantes, los que se arpovechan sin ningún escrúpulo del libre juego de las fuerzas económicas, deben ser clasificados por debajo de los obreros de las fábricas, mineros, barrenderos, ingenieros, artistas, sabios y otros trabajadores o trabajadoras que merecen todo nuestro respeto.


He aquí la ética que se debe cultivar como potente aliada y guía del Derecho del Trabajo. Ella se colocará ‘al lado’ y, a veces ‘por encima’ de la política económica y de la política social que, hoy en día, no se decide a intervenir más que cuando se ha producido ya el daño y se hacen acuciantes las reivindicaciones profesionales de toda índole.


Y, para concluir, si intentáramos dar una justificación del Derecho del Trabajo, fundándole en una clara moral social, diríamos: ‘El trabajo humano, ya realizado en condición dependiente o independiente, tiene un profundo sentido, y es indispensable no sólo a la existencia del trabajador o trabajadora -incluida también la parte empresarial-, sino de toda la comunidad, de su seguridad, civilización y prosperidad.



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