Opinión

Nacionalismo andaluz

El nacionalismo está latente en Andalucía. El Partido Andalucista es ya un fantasma, pero tiene relevo.
La presidenta Susana Díaz se envuelve en la bandera regional, apela a la patria con ardor y le exige a Pedro Sánchez que no interfiera sus proyectos postelectorales: el PSOE andaluz quiere ser otro PSC.
Junto a este nuevo socialnacionalismo, el PP se vuelve también nacionalista: al delegado del Gobierno, Antonio Sanz, le disgusta que Ciudadanos compita en las elecciones autonómicas del próximo fin de semana y dice que Andalucía “no quiere ser gobernada” desde Cataluña “por un partido que se llama Ciutadans y su presidente, Albert”.
Sorprendente: el candidato popular, Juanma Moreno, nació en Barcelona, y un andaluz, José Montilla, presidió la Generalidad catalana entre 2006 y 2010.
Observamos con gran atención las maniobras del nacionalismo catalán para hacerse sitio como país independiente con su Diplocat, llamémosle Diplofarra, empalagosa e incompetente diplomacia butifarrera.
Pero analizamos menos la que podríamos llamar Diplostino, la diplomacia andaluza del langostino, marisco que sirven en las 16 “embajadas” que tiene la Junta mundo adelante y que Susana Díez promete duplicar: decenas de millones de gasto denunciado por UPyD.
Hace un año entró en vigor la Ley 2/2014, de la Acción y Servicio Exterior del Estado frente a la cual han actuado con sus embajadas, sin obedecerla, la Generalidad catalana, y desobedeciéndola parcialmente, la Junta.
Aunque aparentemente menos ideologizadas por el nacionalismo, las embajadas andaluzas quieren mostrar diferencias con el resto del país, a pesar de que gran parte de las ideas sobre España que perduran en el exterior nacen de sus tópicos y folclore.
Atentos al contagio de las ambiciones andalusíes: en 1918 Blas Infante y otros nacionalistas habían pedido el ingreso de Andalucía en la Sociedad de las Naciones.

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