Opinión

La casita de chocolate

A pesar de que han ocurrido en el mundo situaciones de una enorme trascendencia cuya huella profunda lejos de disiparse sigue creciendo auspiciada por el temor occidental a ser invadido, decapitado y quemado por el islamismo radical, la república independiente de Cataluña se mantiene instalada en su burbujita en tonos pink donde viven aislados del mundo exterior los componentes de una troupe circense que ha terminado por descuajaringar un territorio que en otros tiempos se ponía como ejemplo de sentido común, cultura europea y mente civilizada. Los componentes de esta compañía de cómicos solo se entienden entre ellos y han tirado tabiques y tapiado puertas y ventanas para no saber nada de lo que ocurre en el exterior porque se han dado cuenta de que lo mejor es seguir sumidos en su pobreza espiritual y en la ruina moral antes de sumarse a la actualidad de un mundo que tiene cosas mucho más graves en que pensar que la gobernabilidad de una comarca española que subsiste en medio de un cisco infame.

La antigua Cataluña que muchos conocimos era un territorio que solía distinguirse por no perder la cabeza, aunque a lo largo de su historia no ha dado muestras de generosidad precisamente. La de hoy, a la que una parte de sus habitantes han ido abocando es el ejemplo más claro de disparate que pueda encontrarse y esta tripulación en cuyas manos ha caído el destino de los catalanes, ha elegido no querer saber nada de nada y no asomarse al exterior para que sus argumentos no puedan ser contaminados. Por lo tanto, y si bien el mundo se desenvuelve en otras coordenadas y vive instantes de incertidumbre y enorme tensión que reclaman la práctica de una política de Estado, en la casita de chocolate y lazos de Frozen en los que esta caterva se ha refugiado, se echan las persianas para debatir de los suyo y que la auténtica preocupación no entre ni se inmiscuya en la ciber utopía que ahora es la cotidianeidad catalana.

Cataluña es hoy una carcasa paupérrima, cobarde y miserable. No desea saber de nada ni colaborar o mezclarse en nada, y se enfrasca en su delirio local entre el servilismo de Mas, la fórmula de una presidencia repartida en cuatro y los rastros enlodados del impuesto del 3% heredado del tiempo en el que Pujol robaba a mano armada. Que destino más triste, rediós, el que se han labrado.

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