Opinión

Cualquier tiempo pasado

Es humano sospechar que la época que se ha vivido de joven es la mejor de todas las épocas y que las nuevas generaciones carecen de la preparación y la presencia de ánimo que caracterizaba a las antiguas. Mi padre, médico veinteañero estrenando profesión en un hospital situado en pleno frente de la Ciudad Universitaria –un territorio que cambiaba de manos cada dos o tres días- sospechaba que la suya fue una generación forjada en la penuria, habituada al sacrificio, abnegada y heroica y por tanto, mucho mejor que la mía. Vivir en el Madrid mil veces reventado por las bombas de la aviación franquista y a tiros esquina por esquina, descendiendo de noche en noche al metro para huir de la lluvia de fuego y acudir todas las mañanas a un ámbito de trabajo cuyos clientes solían ser soldados republicanos abiertos en canal por el combate pero también soldados rivales auxiliados en el mismo lugar y por el mismo motivo, constituía un marco de existencia cotidiano destinado a concebir chicos y chicas curtidos y habituados a un escenario dramático en el que, por fortuna, no crecieron sus hijos. Sus hijos fueron aquellos que se hicieron eslabón perdido, se dejaron crecer el pelo y trataron de desvincularse de un pasado terrible tocando la guitarra, asomando la nariz por la frontera o afiliándose a cualquier partido de afirmación trotskista. En mi caso, siempre sospeché que mis adorados hijos lo tuvieron más sencillo que yo, aunque quizá por su propio y ejemplar comportamiento, nunca me he obsesionado con ello.

Entre las gentes más veteranas de mi oficio suele imponerse la tesis de que las nuevas generaciones de periodistas carecen de sangre. Solemos sospechar –también yo en ocasiones y pido perdón por ello- que estas chicas y estos chicos tan viajados, educados en idiomas, conocimientos técnicos y altas tecnologías, sueltos en la calle buscando la noticia están literalmente perdidos, quizá porque no tuvieron que sobreponerse a un ambiente sórdido y tenebroso que oscilaba entre los polis que te quería ver en la trena, el engaño la manipulación, la censura, los curas y el puterío. Pero no es verdad. Ellos son mucho mejores y saben cuarenta veces más. Por tanto, toda esa matraca egoísta del “cualquier tiempo pasado fue mejor” no tiene por qué ser cierta y lo más normal es que no lo sea. Lo que pasa es que todo evoluciona menos uno mismo que se queda anclado en los viejos tiempos.

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