Opinión

La mala memoria

Como en este país nuestro todo aquel que ha tenido algo que ver en la tarea de la administración, la decisión, la gestión de la actualidad o la actividad política, publica un libro cuando finaliza su periodo de protagonista activo, aprovecha de paso tan excelente ocasión para desmarcarse de los posibles errores cometidos, endilgárselos a otro y procurar permanecer ajeno a cualquier responsabilidad que hubiere en aquellas situaciones en las que las cosas se han torcido. Debe dar mucho gusto eso de haber estado en el corazón de los sucesos con más enjundia del momento, haber salido sano, y abrirle la puerta con posterioridad a un editor ansioso que llega con una sonrisa gatuna en el rostro y un suculento contrato en su cartera.

El agraciado, que además de vivir momentos intensos, seguramente ha sido muy divinamente pagado por ello durante sus horas de gloria, se encuentra además con una oferta irresistible que le invita en la mayoría de los casos a liarse a dar saltos mortales por el pasillo. Yo lo haría, sin duda y más si se tiene en cuenta que las condiciones en las que se van a escribir esas memorias las pone usualmente el que las escribe gracias a su condición de personaje público e incrustado en la pomada para contar cosas que suenen a revelaciones insignes. Para desgracia del lector –yo hace algún tiempo que me contengo y apenas pico- lo que realmente se incluye en este tipo de obras con el sujeto aún vivo, activo y en el mercado, es un cajón de sastre de anécdotas nimias, interpretaciones personales, descalificaciones de los rivales con los que ha tenido que disputarse el sitio, y poco más. Lo peor de cada casa, incluyendo la propia, se soslaya y punto.

Falta especialmente la necesaria autocrítica y sobra faena de aliño. Será porque somos españoles y carecemos de la honestidad a veces suicida de otros pueblos menos pícaros, será porque no hemos sido capaces de advertir los errores –a veces de bulto- por nosotros mismos... El último en salir a los escaparates es el exgobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, y en su obra pone a parir a Zapatero, Rajoy y sus respectivos gobiernos. Pero se olvida de ponerse a parir a sí mismo que es probablemente quien más lo merece. A Ordóñez le pasa lo que a Revilla. Ambos deberían contar sus historietas en un circo.

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