Opinión

El resto de los restos

Mi fraternal amigo Rafa Fraguas –uno de los últimos grandes del periodismo de investigación con el que ustedes disfrutarán leyéndolo en “El País”- lleva algún tiempo involucrado en un proceso de rastreo en pos de un descubrimiento como tantas veces a hecho en estos últimos años en los que recorre Madrid buscando huellas y siguiéndoles la pista a los momentos más apasionantes de nuestro pasado. Rafa ha descubierto historias apasionantes mirando al suelo o en al cielo, y su eterna curiosidad que nunca se sacia le ha permitido alumbrar pasajes de nuestra vida pasada que han asombrado a los teóricamente más expertos.

Mi amigo, como les he referido, anda a la caza y captura del lugar donde en verdad fue enterrado al menos en un principio el general Serrano, uno de los personajes más poderosos del siglo XIX. Y es que, si bien es verdad que su sepulcro se encuentra cerca de la puerta de acceso al convento de San Jerónimo próximo al paseo del Prado, la realidad es que ese sepulcro está vacío como nos contó a ambos el párroco del templo, un sacerdote dinámico y viajero al que también le apasiona la Historia y más aquella que hace referencia a su templo. Desgraciadamente, por más que arañamos en varios frentes documentales, aún es el día que no sabemos dónde fue a parar en verdad el famoso “general bonito” que decía su amante la reina Isabel II. Y aunque nada se puede descartar en estas cosas, hallar el primer enterramiento de un personaje trascendental en nuestro pasado histórico, no parece estar al alcance de la mano. El poderoso militar que lo fue todo, se murió al día siguiente de Alfonso XII, y su muerte paso desapercibida en los diarios de la época -sic transit gloria mundi- hasta el punto de que apenas existen referencias escritas de tan ilustre y controvertida pérdida.

Pero a lo que vamos que me pierdo. Somos los españoles irrespetuosos con nuestros antepasados y olvidadizos como dice Rafa. De hecho, y a estas alturas, hemos perdido los restos de Velázquez, de Cervantes, los de Murillo, casi los de Goya de no ser por un valeroso cónsul español en Burdeos, los de Serrano y tantos y tantos otros españoles ilustres cuya memoria no sabemos dónde ir para honrarla. Somos muy buenos en unas cosas. En otras, un desastre.

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