Opinión

Un momento de cordura

De un tiempo a esta parte se agolpa en las fronteras de Europa una nueva marea humana que pugna por cruzar a tierra segura, lejos del conflicto bélico que aflige a los refugiados. Dentro de las muchas divagaciones, está la cifra de 15.000 refugiados que la UE ha establecido que acoja España, dentro de una discusión motivada por el impacto social y económico que esa hospitalidad supondrá, desatándose un debate acerca de por qué otros países de la zona, circundantes al conflicto, no acogen a ningún exiliado.

Huelga profundizar en la responsabilidad de Occidente en el conflicto. Por mucho que haya quienes se quieren desentender del asunto, fueron Europa y Estados Unidos los que decidieron romper el frágil equilibrio que Al Asad y Sadam Husein mantenían en la región. Nadie preguntó a los iraquíes ni a los sirios qué opinaban de la intervención occidental en sus países, y conviene alejar las explicaciones de excusas como la primavera árabe. La fuerza internacional intervino en ambos países, pero no han mejorado nada. Tras su paso, ambos estados han quedado fragmentados, en una situación más grave que antes de la intervención, y la población en una situación crítica. Ésa es la responsabilidad del mundo industrializado.

Pero lejos de la magnitud del drama, hay una cifra que explica la dimensión real de esta catástrofe humana, un número que nadie se atreve a pronunciar o del que nadie es consciente. Una cifra que si se menciona, todo el mundo empieza a decir “ah, bueno, claro, por supuesto”, pero que en tanto que nadie la pone sobre la mesa, pasa desapercibida. Y ese guarismo no refleja la cantidad de desplazados, muertos, heridos ni damnificados; es el montante total de los cientos de miles de millones de dólares que se ha embolsado las empresas armamentistas gracias al conflicto sirio. Esta es realmente la clave, una industria que pugna por una producción imparable, hambrienta de guerras.

El remedio inmediato parte, por supuesto, por dar asilo a los refugiados. Pero la solución definitiva consiste en el control exhaustivo sobre la industria bélica, acotando su producción, y evitando de ese modo su necesidad de estimular permanentemente conflictos con los que nutrir sus arcas.

La humanidad merece un mundo mejor, lejos del eterno enfrentamiento provocado por intereses de la oligarquía propietaria de la producción militar.

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