Opinión

TRAJES Y ADIOSES

El pasado miércoles, acorralado por su situación procesal, Francisco Camps presentó su dimisión como Presidente de la Generalitat Valenciana. A lo inesperado de esta decisión, se une lo inusual de su gesto. Porque, no lo olvidemos, vivimos en un país donde el verbo dimitir raramente se conjuga en primera persona: aquí casi nadie dice 'dimito' y, sin embargo, casi todos han dicho, siquiera alguna vez, 'dimite'. Precisamente por eso es tan llamativa la renuncia de Camps: porque ha dado un paso al frente y se ha ido. Es cierto que ha tardado y que lo ha hecho forzado por las circunstancias y, muy probablemente, por los suyos propios. Pero se ha ido y eso supone, y conviene decirlo, un saludable ejercicio de responsabilidad política.


Otro que ha cedido el testigo esta misma semana, aunque por motivos bien distintos, ha sido Amancio Ortega. El hombre que levantó Inditex -Zara, para que nos entendamos- se retira a un segundo plano tras confiar la presidencia de su emporio textil a Pablo Isla, su hombre de confianza. El gesto del primer empresario español es, como el de Camps, inusual. Y es, además, especialmente loable. Inusual porque, como es sabido, es fácil aferrarse al poder. Loable porque él no lo ha hecho y porque, a diferencia del político valenciano, no tenía motivos para dejar de hacerlo. No en vano Amancio Ortega es el accionista mayoritario de Inditex y, siendo el dueño, no tenía por qué irse. Con lo cual su retirada es más meritoria si cabe, ya que ha sabido anteponer los intereses de sus empresas y de sus accionistas a los suyos propios y ha optado por un relevo que tendría que producirse más pronto o más tarde. Y lo ha hecho, además, apostando por la profesionalidad y no por los apellidos, toda vez que, en lugar de dejar su cargo en herencia, ha contado con un ejecutivo de gran valía.


Así pues, esta ha sido una semana en la que dos personajes públicos han dicho, cada cual a su manera, adiós. A uno, a Camps, lo perdieron unos trajes. Al otro, a Ortega, fueron los trajes y la moda, junto con su innegable talento, los que lo auparon a lo más alto. Y mientras el primero se fue obligado por las circunstancias, el segundo se ha ido libremente. Pero en ambos casos se trata de dos despedidas que nos recuerdan que hay que saber llegar y, lo que es más importante, hay que saber irse.

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