Opinión

Blair pide perdón

Toni Blair ha pedido perdón por haber apoyado la guerra de Iraq cuando era primer ministro, reconoce que no se hicieron las comprobaciones necesarias para verificar las informaciones de los servicios de inteligencia de los países con gobierno decididos a desarbolar militarmente el régimen de Sadam Hussein y reconoce además que aquella iniciativa bélica está directamente relacionada con el auge del islamismo radical y la aparición del ISIS, DAESH o Estado Islamista, que es lo mismo con distintas denominaciones.

El mea culpa del ex primer ministro británico lleva a reflexionar sobre cómo asumen los gobernantes sus responsabilidades. Lo que hoy dice Toni Blair es exactamente lo mismo que decían en aquellos tiempos convulsos los analistas conocedores de lo que se cocía entonces en el mundo musulmán, las luchas religiosas, los inicios del terrorismo islamista y cual podía ser la respuesta social ante una reacción militar de las potencias occidentales contra un régimen, el de Sadam, sobre el que no existían pruebas fehacientes de sus apoyos al grupo Al Qaeda. Iraq era además el único país árabe laico, en cierto sentido tapón de los radicales a pesar de que, en política interior, Sadam Hussein era un gobernante tiránico, dictador y sanguinario.

Aseguraban entonces aquellos analistas, con los que coincidían la mayoría de los periodistas que manejaban buena información sobre el terreno, que los ataques a Iraq provocarían un crecimiento de la tensión en el eterno conflicto árabe israelí, tensión de consecuencias inimaginables, así como un mayor enfrentamiento entre chiíes y suníes y sus distintas acepciones, enfrentamientos que desde hace siglos marcan la vida, y las luchas, entre los países musulmanes.

Las declaraciones de Blair pidiendo perdón son hirientes. Demuestran que ante el ataque terrorista del 11-S los hombres más poderosos del mundo se dejaron llevar por sus instintos y ambiciones políticas en lugar de reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Buscaron excusas con las que justificar sus decisiones bélicas, tergiversaron informes o los pidieron ad hoc a sus agencias de inteligencia, y sentaron las bases para una guerra de consecuencias imposibles de prever, pero en ningún caso buenas. Por no hablar de los centenares de víctimas civiles y militares que se suman ya desde que ordenaron bombardear suelo iraquí. Y por no hablar de cómo se equivocaron también al apoyar a quienes no debían en lo que luego se llamó Primavera Árabe en Egipto, Libia, Túnez y Siria.

Blair ha reconocido los errores cometidos, bien porque desea echar una mano al Partido Demócrata de Estados Unidos o porque lleva en su conciencia la carga de decisiones políticas de gravísimas consecuencias, entre ellas el empuje que se dio al yihadismo. El presidente Aznar, tan buen amigo de Blair, debería tomar nota. La intervención de España en Iraq no supuso en ningún caso una ayuda militar, pero sí política. Y su partido, al que tanto critica hoy, tuvo en aquel apoyo a Bush el inicio de su declive.

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