Opinión

Aviso de llegada

Christopher se levantó muy temprano y se dispuso lo mejor posible para aquel camino tan largo. Había recibido la orden de llevar aquellos paquetes a todo el mundo. Se cruzó en la carretera con otros expertos en paquetería. Todos iban a notable velocidad. Todos iban cargados hasta los topes.

Ellos, ya se sabe, dependiendo de aquellas grandes empresas, se disponían a hacer llegar en dos o tres días aquello que les habían solicitado. Su superior más cercano lo había dejado claro: “esto es para ya”. Al decir ese adverbio todos habían entendido que aquel pequeño o gran paquete habría de entregarse ipso facto, inmediatamente, en el acto.

No era un trabajo tan sencillo. Había que controlar lo que eran las entregas y las recogidas. También las incidencias. Había que manejar con soltura aquella app desde la que cada repartidor accede no sólo a esas entregas, sino que le pone en comunicación con el cliente. Si es necesario debe comunicarse con la empresa. Eso le da una sensación de agobio al suponer que está plenamente controlado. Cotejar la firma digital del cliente. Cotejar el propio albarán. Todo ello les explicó el gerente el primer día: “Es muy sencillo pues todo está contemplado en el software de gestión”.

Mientras pensaba en todo lo referente a su propio trabajo, dio gracias a Dios por tenerlo y se dio a sí mismo la orden de no desfallecer. Tampoco era para tanto.

En ese momento a través del espejo central controló con una ojeada la que suponía una paquetería enorme, múltiple, heterogénea. Lo limpió con la bocamanga y volvió a mirar. Era imposible. El día anterior había tantos que algunos llegaron espachurrados, para desaire del receptor y ahora… apenas veía ninguno.

A la mayor brevedad, se desvió al área de descanso. Sintió que un sudor frío le recorrió de arriba abajo. Sintió una cierta punzada a nivel del corazón, cosa que le ocurría en los momentos de mayor urgencia. Conjeturó que en la central no habían colocado los bultos pertinentes y ahora no veía la solución. No era cómodo quedar como un payaso al explicar a la empresa un incidente de esa categoría.

Intentar explicar aquello a la empresa supuso una notable desazón. Fueron pasándolo de encargados inferiores hasta el superior. En todos percibió risas disimuladas y otras más explícitas. Se sintió como el tonto del bote. De todas formas, reconocía en su interior que había obrado torpemente al no haber controlado su orden de salida.

Cuando estaba más angustiado y abrumado, le comunicaron que se mantuviese a la espera ya que el encargado superior, el director ejecutivo, deseaba hablar con él. Lo vio claro y temió su fulminante despido. La música de espera, la sinfonía número uno de Bach en Do mayor, sonaba relajante. La voz del CEO le tranquilizó:

-No ha cometido usted ningún error. Lleva, mi querido amigo, el equipamiento que hemos de entregar en Navidad. Ha de entregarlo a todos sea cual sea su diversidad.

Le pareció increíble y leyó la etiqueta de las tres cajas: La primera tenía en letras versalitas la palabra amistad, la segunda la palabra cariño y la tercera la palabra tiempo.

-Pero sólo son tres cajas… ¿Cómo dárselo a todos?

-Esas cajas no se vacían nunca: la amistad no se acaba, el cariño crece siempre y el tiempo que te doy de balde es para que des tu apoyo a todos sin distinción de color u opinión.

En ese momento Christopher volvió a sentir un pinchazo, ahora dulce, en el corazón: ¡Feliz Navidad!

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