Opinión

La Pilarica


Está preparándose, esta tarde, la tormenta, y frunce terrible el ceño. Amenaza con meterme mucho, pero muchísimo miedo. Mientras la naturaleza espera, las nubes se han puesto negras y se arrugan, se amalgaman, me abochornan y me miran mal, hinchando los mofletes de malas pulgas y viento.

Empieza un juego de bolos en el que los ángeles juegan tirando una bola brillante, que baja, rebota y zumba del norte a sur a su antojo. Y luego, sin invitarla, aparece tonta la lluvia. Entonces todo se moja, se empapa la brisa y rachea sobre mi viejo balcón atemorizando al gato y atragantando el ratón que acaba de cazar de un salto.

Me dice mi madre siempre que si se pone a tronar le rece a la santa de los mineros que hacen también mucho ruido, explosionando barrenos. Y si santa Bárbara se va, para hacer su turno en la mina, que mande repicar las campanas al sacristán de mi pueblo.

Que cierre bien las ventanas, que tape cristales y espejos, para que no atraigan las chispas, porque se remiran en ellos cuando saltan chillando desde la nube hasta el suelo. Que parecen culebras que rayan el firmamento con un lapicero de azufre que compraron en el tendero. Se sobresalta el borrico que rebuzna y se asusta mi perro que ladra despavorido y corre a esconderse detrás del carrito del heladero.

El miedo me araña la espalda y me enseña su odiosa cara cuando se quita el sombrero. Y me muerde por la garganta y me golpea por doquier dándome puñetazos y provocando, por dentro, barullo, ruido y jaleo. Entonces cierro los ojos y busco algún consuelo.

Todo se ha puesto triste, también se ha puesto bien feo y sigo sobrecogido este camino que hace un zigzag sobre las piedras del suelo. Veo, un poco más lejos, una diminuta luz en una casita de barro que se acurruca al lado de mi sendero.

Me acerco, pues sale por la ventana ese resplandor pequeño que alumbra y suavemente palpita, de una vela o un mechero. Reza una mujer de rodillas. Es una señora viejita que, teniendo más de dos mil años, conserva la dulzura de cuando era una chica.

He preguntado quien es a aquellos robles añejos, a aquellos muros de piedra que se acuestan derruidos a lo largo del camino, a la pareja de guardias que llevan tricornios negros, y me han dicho que la llaman Pilarica.

Y me siguen diciendo mientras sigo caminando: cuando todo parezca tremendo, acude a esta mujer de la ermita, como nosotros hacemos, que si no pudiese ayudarte… se lo dirá a su hijo, que es un niño pequeño. 

Ha cesado la tormenta de repente. Ya no me siento tan solo y el aire me trae ahora, algo de alivio y sosiego. Saca la roja nariz de borrachín el sol, estridulan las chicharras y brincan los saltamontes, mientras dialogan a voces los grillos y los jilgueros.  

Todo vuelve a su cauce, y luego se calma el viento. Lo que era encrespado vendaval, aguacero, furia, arrebato y temporal, se vuelve esperanza e impulso, de adrenalina y aliento.

Que hermoso se puso todo y así se pone siempre, cuando pasa por tu lado esa señora del cielo. Y dirás, y harás bien, que es ingenuo e infantil todo lo que hoy escribo, pero sólo es la opinión, del crédulo periodista, que se atreve a escribir, para que pierdas el miedo.

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