Opinión

Planto por el rey de paja

A aquella mujer, sí. Dejadla que se acerque, dejadla -dijo el centurión- que ella es la madre del rey de paja.

La madre y el hijo que camina se cruzan las miradas Y entonces el cielo no lo puede resistir y estalla. Y se rompe el aire mientras una oscuridad gigante se extiende desde la montaña y se quiebran las piedras y se pone oscura y lúgubre en el templo la cortina rasgada. Llueve a raudales y se moja la túnica de una sola pieza, que están sorteando entre los mílites de aquella tropa romana.

Ayer, sin ir más lejos, comenzó esta historia rara de la túnica que un rey le vistió a otro rey, a modo de chirigota y chanza.

Herodes quiere ver al profeta, al Nazareno. Muchísimas son las ganas. Pilatos se lo envía. La oportunidad es extraordinaria. Espera pasarse un rato divertido viéndole hacer lo que él cree que son juegos de magia. Le ve entrar. Es hombre alto y fornido como los pescadores o los obreros de la muralla. Libres los brazos y en sandalias. Su cara, sin embargo, es la de un niño grande de mirada dulce e incipiente barba. El rey, emocionado, le pide que le haga alguno de aquellos que él supone trucos de sortilegio, brujería o nigromancia. Pero para él no hubo portento alguno. Se mantiene en silencio como una estatua.

Aquella su corte de aduladores, de compinches, de mujeres que le ríen sus salidas de tono y las más absurdas gracias, se quedan pasmados de que el buen Jesús se comporte con tal desdén y arrogancia. Irritado, avergonzado de que aquel hombre de Nazaret no le muestre el más ligero aprecio, ordena que lo vistan con una de sus vestiduras, la túnica más brillante y estrafalaria. Entonces se le ríen a la cara. ¿A que parece un payaso? Dijo el monarca. Y vestido con aquella túnica amplia, se lo devuelve a Pilatos. El mensaje es claro: ahí te devuelvo a este tonto vestido con elegancia.

Los soldados de Pilatos interpretaron aquel mensaje del rey tetrarca. Y siguen la burla. Le ponen sobre los hombros un manto escarlata.

-Salve rey de los judíos, gobierna ahora, sobre este mundo, con este bastón de mando que es una caña.

 Montan un teatro para entretener a los cuerpos que están de guardia. Pero falta una corona apropiada. La buscan en aquel espino que crece impertinente al lado de la torre Antonia, al final de la explanada. La confeccionan a modo de casco y se la colocan con esmero, hundidas las espinas en las sienes “para que no se caiga”. 

“Eh aquí al hombre”, dirá Pilatos. Y aquel “hombre” humillado, apaleado, herido…comienza a representar al hombre que sufre, cualquiera que fuere, de cualquier continente o raza; al despreciado de todos los tiempos, al minusválido, al tullido, al que no tiene pan ni se cobija en casa. Será el miserable, el difamado, todos los vulnerables, o maltratados. Será, la prostituta, el condenado, el drogata, en fin…el reo de muerte, el espantapájaros… el último rey de la baraja.

Y después pisará la túnica tres veces subiendo al Calvario y se caerá esas tres veces, el Dios hecho hombre, esa piltrafa.

-A aquella mujer, sí. Dejadla que se acerque, dejadla -dijo el centurión- que ella es la madre del rey de paja.

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