Mi amigo y científico Rodolfo Molina me rebatía mi artículo de la semana pasada diciéndome que la suerte no existe, que en nuestro cosmos todo está previsto y me amenazaba con largarme una conferencia sobre el azar y la física cuántica en cuanto tuviéramos la oportunidad de vernos, cosa que seguramente haremos cualquier jueves en nuestra acostumbrada comida de la asociación de automóviles clásicos de Madrid.
Tendremos que empezar por definir lo que entendemos como suerte, no es de extrañar que en esta época de confusión empecemos a dudar de cosas que siempre dábamos por sentadas pero claro, cuando ya no tenemos definido conceptos tan elementales como patria, nación, ley, etc., empiezas a dudar hasta del amanecer, del arco iris, los fuegos fatuos o la aurora boreal. Para los que vivimos bastante tiempo bajo la claridad de los Principios Fundamentales del Movimiento, donde no había lugar para las dudas, ni oportunidad para las controversias, tendremos que admitir que hemos de hacer verdaderos esfuerzos para entender lo que pasa a nuestro alrededor todos los días, incluidos los festivos.
Rodolfo es también aficionado al mundo del motor y como acabamos de ver casi en directo el accidente de Carlos Sainz en el rally París Dakar, nos puede servir de ejemplo para definir los límites entre los campos del azar, o de la suerte, llámale como quieras, Rodolfo, es decir, el tiempo, los metros, que dependen únicamente de ellos, que estamos en sus manos, vamos, y el tiempo, el trayecto que depende del conductor. A mí, Rodolfo, déjame de físicas cuánticas ni leches, cuando el Peugeot de Carlos Sainz baja por aquella ladera de la montaña, como tantas otras laderas que nos hemos ventilado en la vida, dependía exclusivamente de las decisiones que iba tomando el piloto, acelerando, frenando, derrapando en función de su entusiasmo, adrenalina, etc., pero, a partir del momento en que sus cálculos fallan y , el coche se sale, a partir de ese momento ya Carlos no conduce, ya no le obedece la dirección, ya no puede frenar, pero el coche sigue corriendo pero ahora los mandos obedecen únicamente a las leyes de la naturaleza, la fuerza centrífuga aquella mañana está eufórica, como una moto, y aquí es donde digo yo que entra a jugar en esta partidas el factor suerte, Carlos no sabe si aquel barranco mide veinte o cien metros , no sabe si se va a encontrar con un árbol o con un poste, ya no es dueño de la situación, pero no le ha pasado nada, las medidas de seguridad del coche han actuado y también la buena suerte de no haber se encontrado una roca…
Esto es a lo que yo llamo suerte, Rodolfo, si me lo quieres relacionar con la física cuántica, tú mismo, pero para mí está claro; la suerte es como el recurso ante el Constitucional de la naturaleza; si te pasas de velocidad en un control, puedes hacer un recurso, le dices que ibas rápido porque tenías que ir al hospital, que no sabías que por aquella carretera el límite estaba en setenta, que patatín, que patatán, y te contestan pasados unos días, pero cuando rebasas los límites establecidos por las leyes de la naturaleza, aunque no tengan señales ni horizontales ni verticales, no hay recurso que valga, pero sí hay una cosa que te ofrece, también muy natural, y muchas veces caprichosa; la suerte, hasta en la lotería se nota, eso sí, una vez que la hayas comprado, esta es tu parte, el resto es de ella.