Opinión

Cita en el supermercado

La sección de frutería puede ser un buen lugar para comenzar. Entre plátanos, mandarinas y alguna piña siempre hay hueco para una mirada cómplice, pero prohibido tocar. Sólo serán minutos pero, en circunstancias adversas, pueden encerrar eternidades. Está permitido lanzar palabras desde los metros impuestos, pero serán pocas y susurradas. Hay vidas privadas que no pueden ser aireadas y deben evitar ser escuchadas por oídos poco afines. 

El carro mantiene su tendencia a torcerse permanentemente hacia un lado en ese largo pasillo de supermercado y cuesta mantener la rectitud. La lista de la compra se va llenando de tachaduras, mientras que al mismo tiempo se va haciendo más grande la falsa ilusión de un paseo conjunto, aunque el escenario ahora mismo adquiera el color blanco de las leches enteras, semidesnatadas o desnatadas. Entre las patatas fritas, las bebidas y las latas de conserva, se va concretando la aventura de un vermú compartido desde la distancia de los portales. El romanticismo se queda, de momento, entre los frigoríficos que guardan los productos congelados, esperando el momento de perder el hielo y transformarse en un bocado único. Recorren las mismas estanterías buscando esos gustos comunes con los que sentirse más cerca y a punto están de rozarse cuando palpan los estantes de las galletas. Las quieren con cereales. 

El tiempo disponible para verse se va agotando. Ya no tienen muchas más excusas para seguir deambulando por pasillos tristes y silenciosos. La pasta italiana será el último gesto cómplice que se concederán en esta compra semanal. Han decidido que será la cena de la noche, en honor al primer plato que compartieron en una cita que ya se les antoja muy lejana, aunque el calendario les demuestre que apenas han agotado dos meses. Se comunican fundamentalmente a través de la sonrisa y de frases cortas un tanto cursis para los demás, si pudieran oírlas. Sitúan los carros detrás de las líneas marcadas con colores en el suelo para evitar un acercamiento demasiado peligroso. Mientras, la cajera va despachando los productos con cara de querer volver ya a su casa, ajena a esa historia marcada con tres punto suspensivos por imperativo legal. Él espera, disimulando en la calle mientras mira el ticket de la compra, a que ella termine y salga. Se despiden con un beso imaginario lanzado al aire. Los veo llegar a casa, cada uno a la suya. Depositan las bolsas desbordantes con la cabeza puesta ya en la próxima compra. Sus familias les reclaman. 

El supermercado no derrocha romanticismo, pero por ahora es la única opción para acariciarse, aunque sea sin manos. Desconozco si saben que los he descubierto desde mi ventana. Mal momento para el amor clandestino. El patio es demasiado pequeño.

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