Opinión

Daniela y el huevo frito

“-Oh, pero disponemos de muchas horas libres.

–Horas libres, sí. ¿Pero tiempo para pensar?”

(Bradbury, Ray. 1953. Farenheit 451)

Mi vecina Daniela ha colgado en sus redes la foto de un huevo frito. Un humilde huevo que ella ha considerado merecía el trato de obra de arte por su puntilla perfecta y una yema a punto de desbordarse. Daniela es en realidad Francisca, pero no le gusta su nombre para pasearse por el mundo virtual, cree que no arrastra suficiente glamour, suficiente modernidad, suficientes clicks.

La verdad es una cuestión menor que a mi vecina no le despierta excesivo interés, ella apuesta por la apariencia de la verdad y que los demás crean lo que consideren. Lo importante es fingir lo necesario para parecer más y mejor que los otros, sean quienes sean. Descubrirla en este infinito mundo de imágenes y filtros, me sorprendió. La conozco a ella y a su cotidianidad, mucho más cerca de Francisca que de Daniela, por eso cuesta identificar este humilde patio de vecinos en las instantáneas que compone para esos seguidores desconocidos, a los que ha concedido el inmenso poder de decidir, con sólo un click, sobre su felicidad.

El aburrimiento me lleva al infantil juego de bucear en este mundo ficticio, que parece infinito, y se han destapado escaparates mucho menos amables. El huevo frito de Daniela o su terraza reinventada son, al menos, inocentes. He reconocido a miembros de esta comunidad vecinal exigiendo guerra y escupiendo odio, aunque algunos se amparen en el anonimato. Asusta identificar a la apacible chica del quinto con la persona que escribe mensajes cargados de rabia contra los demás, sin mostrar interés alguno en conocerlos desde el momento en el que decidió construir una trinchera.

Espanta saber que ese vecino que tanto colabora en las tareas comunes y que conversa cordialmente sobre asuntos varios, sea ahora el que, enarbolando banderas ajenas de colores apagados, se haya puesto a la cabeza de una turba enfurecida, lista para el linchamiento de cualquiera que crea no piensa adecuadamente. Cuesta reconocer a la mujer del octavo en esas insultantes soflamas repetitivas, huérfanas de coherencia y desbordantes de rencor.

El oscuro tiovivo de engaños ha girado tan rápido que todos nos hemos mareado. Si conseguimos pararlo y alejar el ruido, ¿querremos oírnos?, ¿reconoceremos los errores propios y aceptaremos los aciertos ajenos?, ¿daremos, al fin, la espalda a los impostores perversos?

Será necesario investigar si este encierro ha influido en las mentiras indecentes creadas para asesinar a la inteligencia con poderosas palabras. El incremento de la curva de la cordura es ya una necesidad vital. Mientras, pongo un corazón en el huevo frito de Daniela y saludo por la ventana a Francisca. Es otra mentira, pero al menos, es inofensiva.

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