Opinión

El maquillaje de Carmen

El patio que me parecía tan grande, cada día se vuelvemás pequeño. Se está encogiendo como el mismomundo, que retrocede aterrado ante un virusmicroscópico. A esta hora, se refleja la luz del sol en la terrazadel primero proyectando figuras extrañas. Carmen, su dueña, es una mujer silenciosa, apenas sé cómo suenasu voz. Camina como si pidiera perdón, da la sensación de que sólo respira cuando cree que ha obtenido el permiso necesario. Nunca he visto su cara sin el camuflaje de un maquillaje excesivamente estudiado. Que nada destaque, pero que nada falte, para que la verdad no pueda ser vista. Asocio esa casa -alejada de todo lo que debería ser un hogar- a visitas policiales, a terror, a silencios ensordecedores, a gritos ahogados y a una violencia despiadada. Carmen apenas sale a la terraza, salvo para limpiarla. Esta cuarentena la ha castigado con la pena máxima: convivir con su verdugo sin treguas posibles. A base de golpes y de insultos ha asumido su sentencia: sólo él decidirá cómo y cuánto vivirá. Carmen interpuso varias denuncias, pero el estado de terror impuesto la paralizó.

Quiso pensar, cada una de todas las veces, que sólo había sido un mal momento que nunca más se iba a repetir, porque él se lo juraba y ella necesitaba confiar en él. Pero fue sólo al principio. No tardó en descubrir, con el cuerpo roto, que los arrepentimientos de un maltratador siempre son mentira. En cambio le creyó cuando gritó que siempre estaría sola porque no merecía nada bueno. Cuando le escupió en la cara que tan sólo era un despojo que todos podrían pisotear, también le creyó. La mantiene bajo su absoluto control y ha dinamitado los huecos para posibles huidas, al menos de momento. Carmen fue y volvió de las comisarías agotada por las preguntas, abrumada por un futuro que nadie le podía asegurar y derrotada por no reconocerse en ese espejo que sacó a la terraza.

A la hora de los aplausos, él sale fiel a la cita y sonríe. Se siente impune y lo terrible es que tal vez lo sea. Lo miro y me horroriza comprobar que no hay nada en su cara, en su comportamiento, que delate al asesino que alberga y que permita detenerlo antes de ese primer golpe. Carmen no sale, tal vez no haya podido maquillarse o tal vez haya encontrado de nuevo las fuerzas para marcar el 016 definitivo.  Cuando las orillas vuelvan a ser visibles, habrá que tener cuidado de no dejar, entre los residuos desechables, las conquistas alcanzadas. Deberemos elegir con cautela quién decidirá sobre los restos que deben ser restaurados. De lo contrario, las pérdidas podrán ser catastróficas.

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