Opinión

La carretera de Elena

De la cama al sofá, del sofá a la cocina, de vuelta al sofá y otra vez a la cama. Ese es el circuito que Elena recorre en los últimos días. La energía desbordante que regalaba desde su ventana en el principio de esta encerrona ha terminado por consumirla. Demasiada adrenalina, demasiado empeño en que todo pareciera normal cuando nada lo era ya. Durante los primeros tiempos mantuvo una agenda casi inabarcable: cursos de cuidado personal, tutoriales de idiomas, encuentros telefónicos, video recetas del mundo…Hasta visitó el Museo del Hermitage en San Petersburgo. Todo parecía insuficiente para llenar las horas de los días que fueron semanas y que serán meses. Demasiada ansia por devorar el tiempo para que pasase sin tatuar cicatrices. Lleva desde hace días la misma vieja sudadera con la leyenda: “Yo soy la reina”. Apuesto a que también es su pijama y a que ahora se siente más republicana. Las series que ha visto se agitan en su cerebro como un cóctel exótico que ya no sabe a nada. El aburrimiento es un enemigo despiadado si no se se sabe manejar y Elena perdió el manual de instrucciones en ese alocado ir y venir sin pausa, para rellenar los días. Está en el sofá tapada con una manta, con el mando a distancia pasando de una mano a otra, y con la cabeza buscando una salida a este tedioso laberinto. Probablemente lo deje para mañana, como todo lo demás. Elena mostró un ímpetu envidiable en el comienzo de esta travesía, segura de pisar la meta antes de que el oasis pudiera desaparecer en un desierto desconocido. Fue un error de cálculo y ahora molestan las agujetas físicas y la sed emocional. Día a día ha dejado de mirarse en el espejo. El pelo ya no se peina, la ducha es un trabajo agotador y vestirse supone una rutina cansina. Elena es la vecina que mandaba mensajes de ánimo a este patio de vecinos con coloridas pancartas, las mismas que ahora se deshacen con la lluvia de los últimos días y cuelgan lánguidas sobre la fachada del bloque, lo mismo que su humor.  No entiende por qué debe sentirse feliz las 24 horas del día justo en tiempos agitados e inciertos, tampoco qué la obliga a estar permanentemente en movimiento, justo ahora que el mundo se ha detenido. Se gira hacia el televisor sin sonido y se dice a sí misma que a lo mejor no es obligatorio mantener la sonrisa cuando estamos abatidos y que no hacer nada también puede estar bien, muy bien. Elena mira hacia el techo y ve una tela de araña diminuta. La ignora. Comienza a sentirse más tranquila en este dejarse llevar. Cierro la ventana y voy hacia mi sofá. A lo mejor  a la tarde se cambia la sudadera. 

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