Opinión

La fiesta de la flor

“Quién me ha robado el mes de abril / Lo guardaba en el cajón /Donde guardo el corazón”. (Joaquín Sabina)

Algo ha cambiado esta mañana. Mi patio ha amanecido listo para la fiesta. Las ventanas lucen con flores recortadas sobre cartulinas de colores y en los balcones cuelgan globos y banderas que se dejan mover por el viento. El aburrimiento que se ha adueñado de las viviendas, agotadas por una monotonía repetitiva, se ha arrinconado. Hoy no se saldrá a la calle, pero los brindis y la música estarán vivos. La pista de baile la montará cada uno en el rincón que elija de su casa, para moverse en pareja, en grupo o solo. Escucho las conversaciones que van y vienen de un piso a otro, suben del tercero al sexto, cruzan desde la derecha a la izquierda y bajan del quinto al segundo. Todo parece demasiado cotidiano. ¿Nos habremos acostumbrado ya a esta normalidad nada común? Aseguran los expertos que tan sólo necesitamos 21 días para crear un hábito. En más de 30 días de construcción de nuevas rutinas, de horarios sin relojes, de trabajos en pijama, de niños en casa, de limpiezas compulsivas, de cocinas gastadas, de cuerpos rendidos sin condiciones a sofás y sillones, ¿qué costumbres llevaremos cosidas a nosotras para hacer frente a esa repatriación escalonada?

En el patio sigo con cierta nostalgia los ajetreados preparativos de fiesta patronal, sabiendo que los pies ni tan siquiera pisarán el felpudo que antes daba la bienvenida a nuestros invitados. Escucho cómo se comparten las ideas, cómo se elogian las flores ajenas, cómo con los dedos de la manos se ponen en común números de teléfono que antes nunca quisimos tener. Estamos convocados para dar juntos el pistoletazo de salida, de momento, sólo para abrir la imaginación a la sesión vermú.

Veo en el primero a Asunción, concentrada en atar con una cuerda una gran flor roja, que colgará de la fachada haciéndola menos aburrida. Me sorprende. Nunca la he visto en las fiestas, estoy segura de que se sentía incómoda entre el gentío y el ruido. Puede ser que ahora haya encontrado la manera perfecta de celebrar sin tener que socializar. Esta cuarentena le ha permitido integrarse sin abandonar la seguridad de su intimidad. Podrá bailar sin sentirse observada. Aunque me alegro por ella, siento cierta aprensión. ¿Y si nos hemos habituado, sin aún saberlo, a mantenernos distantes? ¿Y si de pronto dejamos de añorar las fiestas llenas de abrazos, vasos compartidos, comidas en común y promesas de amistades para siempre? ¿Y si ya sólo podremos divertirnos en la discreción de nuestras casas? Salgo al balcón. La fiesta espera, sólo hay que volver a bailarla. Que no paren los pies.

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