Opinión

Americano, jesuita y austero

Contra todo pronóstico, el argentino Jorge Mario Bergoglio sucederá a Joseph Ratzinger en la silla de Pedro. El, hasta ahora, arzobispo de Buenos Aires será el primer americano, primer jesuita y primer Francisco al frente de la Iglesia católica. Tres elementos a los que, durante las próximas semanas, se atribuirán todo tipo de explicaciones. Y a los que sumamos, desde estas líneas, cierta trascendencia económica, comenzando por el lugar de procedencia. Si con Karol Wojtyla el catolicismo viró hacia el Este, en una decisión que terminaría resultando determinante para la caída de los regímenes comunistas europeos, ahora dirige su mirada hacia América. Un continente en el que reside el 42% de los cerca de mil millones de fieles, y cuyo descubrimiento, conquista y colonización no se entiende sin el oficio de la Iglesia y su ansia evangelizadora. En América se libra una de las más importantes “batallas” de la fe católica, por el auge de las confesiones evangélicas y pentecostales. Pero, también, la contienda del llamado socialismo del Siglo XXI contra el capitalismo occidental.

En segundo lugar, Bergoglio es miembro de la Compañía de Jesús, una orden que abrazó, como pocas, la fe y el conocimiento. Los jesuitas fueron, durante los siglos XVII y XVIII, innovadores en la explotación de haciendas y propiedades en buena parte de la América hispánica, con métodos de acumulación, y maximización deliberada del provecho, y modelos de gerencia y supervisión administrativa y contable que se adelantaron a su tiempo. Debido, en parte, a esta capacidad, algunos autores han creído ver en su empresa económica una suerte de racionalidad precapitalista no exenta de tintes cooperativos, como la participación y distribución de parte de lo recaudado en las haciendas entre indígenas, esclavos y empleados, a los que se llegaba a otorgar una suerte de “títulos de propiedad”.

Por último, con Bergoglio comienza el Pontificado de Francisco, sin ordinal, en un probable guiño al, también jesuita y misionero, San Francisco Javier, pero -sobre todo- en honor a San Francisco de Asís; el santo, por antonomasia, de la austeridad cristiana. Hijo de un próspero mercader italiano, optó por la sumisión a la autoridad eclesial, el rechazo a todo signo de opulencia y una vida austera y simple que, tras cinco años de crisis, también resultar familiar. Por todo ello, Francisco parece un papa adecuado al momento. Ahora falta saber si su elección es premonitoria del futuro. O si, por el contrario, preconiza el pasado más inmediato.

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