Opinión

CORRER

Lleva mucho tiempo pensando en esa fecha; la tiene marcada en rojo en el calendario que cuelga de la pared de la cocina. Durante los últimos meses cada mañana muy temprano, después de vencer la pereza y enfundarse la ropa y las zapatillas, había contado y vuelto a contar los días que faltaban para que llegase aquélla, mientras apuraba el café con tostadas justo antes de salir por la puerta, igual que lo había hecho el día anterior y lo haría al día siguiente. Sale del portal, pisa la calle y se muere de sueño, pero logra vencerlo ya en la primera zancada, casi a la fuerza porque el viento le golpea de repente la cara y el frío intenso le empieza a calar los huesos. A los cinco minutos nota que sus músculos se calientan, y se consuela porque ha vencido la primera batalla que se le plantea: se ha despertado antes que el propio sol. Aumenta el ritmo paulatinamente, sin escuchar más sonidos que sus zapatillas chapoteando la lluvia recién caída y su propia respiración, acompasada al principio, jadeante después. 'Primer kilómetro en cinco minutos, vamos a por el segundo', se motiva y habla para sus adentros porque nadie a su alrededor parece compartir su empeño. Pero se equivoca. Justo a unos cien metros, corriendo por la misma vereda a la que él se dirige, divisa otra figura, otro loco que como él le había robado un par de horas al sueño para estar más tiempo a solas con uno mismo. Como azuzado por un instinto de superación acelera un poco más el ritmo, y se anima al comprobar que cada cien metros va recortando cinco o seis la distancia que le separa de ese contrincante y a la vez compañero. 'Ya casi te tengo, un par de minutos más y te pillo', va pensando, clavando su mirada en las piernas que ya distingue del que va delante'. Mira su reloj y comprueba que el último kilómetro lo ha corrido en diez segundos menos. Sonríe, como un loco se espolea y gesticula con signos de aprobación; ya no siente ni el frío ni el viento ni el cansancio, solo la adrenalina que exhala cada músculo de su cuerpo a pleno rendimiento.


El sonido de las propias pisadas empieza a mezclarse con el que proviene de la persona que le precede. Quienes corren habitualmente saben que ese es un momento casi mágico, como si todos los instrumentos musicales convergiesen en una misma nota al final de una obra. Un esfuerzo más y logra ponerse a la altura del otro corredor; durante unos metros ambos avanzan al unísono sin mirarse abiertamente, pues saben que el reto no lo tienen el uno con el otro, sino cada uno de ellos consigo mismo. Se sabe con mejor ritmo que el que va a lado, por eso lentamente lo va dejando atrás; pero antes de separarse definitivamente de él logra decirle 'vamos, ánimo, ya queda poco', y el otro le contesta 'sí' con la cabeza, y logra esbozar a duras penas una sonrisa. Es el código de honor que rige en esos caminos transitados por los que corren porque sí, sin querer llegar a otro destino distinto que al de la propia satisfacción. Se aleja y vuelve a quedarse a solas con su cansancio, que ya empieza a lastrarle las piernas. Quizás más adelante se encuentre con otro loco corriendo, o tal vez le alcance uno que venga más rápido que él. Entonces se regalarán los mismos gestos, las mismas miradas de reojo, las mismas palabras de ánimo, esas que le darán el empujón final hasta cubrir la distancia que se había marcado al empezar. Y cuando termine parará el cronómetro, respirará hondo y será feliz, porque otra vez se sabe con el deber cumplido.


Dedicado a los locos que han corrido la San Martiño. Enhorabuena a todos.

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