Opinión

¿Escepticismo o hastío?

Parlamento Europeo, Comisión Europea, Consejo Europeo y Consejo de la Unión Europea (distinto del anterior); les cito cuatro de las instituciones más importantes de la Unión Europa; bien, ahora salgamos a la calle y preguntemos a la peña así, a boleo, micrófono en mano, si conocen las funciones de cada uno de estos organismos; y rizando el rizo, preguntémosles también quién preside cada uno de ellos, y cómo se designan a sus miembros. 

Me juego el pellejo a que en un 90% de los casos, siendo muy optimista, la respuesta es fallida, o como mucho se despacha con un no sabe/no contesta. Lo que vendría a demostrarnos que hay un absoluto desconocimiento por parte de la sociedad española (confío en que en otros países pase algo parecido, por aquello de que el mal de muchos suele consolar a todos los tontos), de la verdadera finalidad de estas instituciones supranacionales.

Y sin embargo, pese a tal ignorancia, a muchos se les llena la boca con eso de que somos Europa; pese a que hemos llegado a la convicción de que quien maneja el cotarro es Alemania, en breve seremos llamados a las urnas para elegir a unos señores (y señoras, que no se diga), que se sentarán en los escaños del parlamento europeo, que cobrarán una pasta gansa, muy gansa, todos los meses, de los que nunca sabremos qué hacen durante su mandato, que algún día, si se levantan con las ganas de trabajar subidas, formularán en el hemiciclo alguna pregunta de la que ya sabrán de antemano la respuesta (pregunta y respuesta que nos costará alrededor de 8.000 euros, más el billete de ida y vuelta en business), que se aliarán con algún letón, maltés o rumano para votar en este o aquel sentido, y que, agotada la legislatura, tratarán por todos los medios de que el partido los vuelva a meter en la lista, pues no debe ser moco de pavo eso de perder cien mil euros al año por trabajo tan placentero. Sí, en breve tendremos que elegir a nuestros europarlamentarios. Nos dirán que nos jugamos muchísimo en este envite, que la cosa no está para euroescepticismo, sino para hacer más Europa, y bla, bla, bla.

Ya estamos ansiosos, ¿verdad?, y muy involucrados en el asunto; casi tanto como lo estuvimos durante el último debate sobre el estado de la nación, que tuvo menos audiencia que un documental de la 2 sobre el cultivo del escaramujo proyectado a las tres de la mañana. Vamos, que la peña está más que harta de los políticos, saturada de sus memeces y engaños; tanto lo está que ha optado ya por darles la espalda en lugar de atender a sus sermones vacuos y farisaicos; solo así se entiende esa pobre audiencia televisiva. Y no es para menos: que a estas alturas aún le estemos dando vueltas a la herencia recibida, a hacer oposición a la oposición, a desempolvar del baúl de los recuerdos titulares de prensa de hace dos o tres años, y a manosear hasta la náusea el manido y nefando “y tú más”, es para echarse a llorar. Y quien dice llorar dice mandarlos a tomar viento.

Nunca los vimos tan alejados de nosotros; nunca nos generaron tanta desconfianza; nunca nos produjeron tanto rechazo. Y si este distanciamiento es patente en la política nacional, ¿qué pasará cuando en breve se nos hable de Estrasburgo o de Bruselas? ¿Cómo pretenden hacer atractivas para el electorado estas elecciones europeas? ¿Cómo convencernos de que realmente nuestro voto es útil y, sobre todo, vinculante? ¿Por qué esta vez va a ser diferente a aquellas otras ocasiones en las que, tras el escrutinio del que salió el vencedor, muchos se olvidan de que son servidores y se convierten en tiranos?

En breve seremos llamados a las urnas; proclamarán a los cuatro vientos que somos importantes. Pero el patio de butacas está cada vez más vacío.

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