Opinión

INMORALIDAD, ¿PARA QUIÉN?

Han levantado ampollas las declaraciones del papa Benedicto XVI sobre el uso del condón, aparecidas en un libro-entrevista de Peter Seewald, en el que se recoge lo siguiente: 'Puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad'. Así ha aparecido la traducción de ese libro del alemán al castellano. Al parecer, según algunos seguidores del ala más ortodoxa de la Iglesia, el papa no se refirió a las prostitutas, sino a los hombres prostitutos: en la entrevista original el papa hablaba de 'männliche prostituierte', es decir 'prostituto'; sin embargo, en castellano ha aparecido traducido como 'prostituta'. Por tanto, estos levíticos consideran que la doctrina sigue inamovible, el papa solo se refería al uso de los condones en el caso de relaciones homosexuales. Y, por cierto, ya que pecaminoso es el acto homosexual en sí, al menos quien lo realice sea responsable y no añada un nuevo mal (sida) al que ya de por sí está condenado.


Sea cierto o no ese error de traducción, se ha vislumbrado en esas palabras papales la esperanza de que la Iglesia empiece a acomodarse a los nuevos tiempos, de que su doctrina sobre la sexualidad deje de estar anclada en esas tinieblas caliginosas, más propias de la Inquisición que de una moderna organización que pretende ser guía espiritual de miles de millones de personas. Mas parece que todo ha sido una mala interpretación, a decir del secretario general de la conferencia episcopal española, que salió al quite de las interpretaciones progresistas de las palabras del papa, y sentenció que 'el uso del preservativo siempre sucede en un contexto de inmoralidad'. Ni que decir tiene que a los que no son seguidores de la Iglesia católica, estas palabras no hacen sino confirmar su absoluto rechazo al notorio inmovilismo de que hace gala la curia; pero pienso ahora sobre todo en los que son fieles seguidores de la Iglesia, y en los que han alcanzado esa edad que les conmina a plantearse todos los dogmas de que fueron empapados desde su infancia. Y hete aquí que esa aclaración episcopal no parece que vaya en sintonía con lo que cree uno que es moral o inmoral. Pues diciendo eso, el portavoz de la Iglesia tacha de inmoral, no ya el escarceo sexual esporádico en el que los cuerpos improvisadamente se buscan hasta encontrarse, sino también la unión carnal de esa pareja estable que expresa su amor con la cópula sexual pero, ¡ay! malditos, no se arriesgan a un embarazo y usan el condón. Inmorales. También será inmoral el uso del preservativo en el África subsahariano, aunque ello sirva para evitar la propagación del sida en ese territorio tan cercano y tan lejano a la vez, pues conviniera mejor ante la jerarquía católica la existencia de muchos infectados con fecha de caducidad pero de moral intachable, que librarse del contagio a cambio de convertirse en un inmoral de por vida.


Que la Iglesia preconice la abstinencia sexual salvo en la pareja, y aun dentro de ella el disfrute del sexo como medio para la procreación, no es nuevo. Siempre lo dijo y parece que lo seguirá diciendo. Entonces, ¡cuántos inmorales tiene a su alrededor, y dentro de ella! ¡Cuántos feligreses siguen creyendo en lo que mana de los evangelios y sin embargo no se sienten faltos de moral por el uso del condón!


La brecha entre lo que piensan los mandamás de la Iglesia y la gente a la que dicen saciar su sed de esperanza eterna, sigue agrandándose en pleno siglo XXI.

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