Opinión

Contrabando

Un documental proyectado recientemente en Ourense sobre la raia, devuelve vida a tiempos felizmente fenecidos. Está contada desde la perspectiva de una joven portuguesa que, a su vez, introducía la historia -tan común- de su propia abuela y la relación de las gentes de ambos lados de la frontera lusoespañola con el contrabando o estraperlo, como se denominaba en los tiempos duros, que llegaron hasta bien entrados los años setenta, para ambos países.


En la década de los años cuarenta del pasado siglo ni en Portugal ni en España había otra cosa que despensas vacías y miseria por todas partes. Los productos básicos, racionados, no alcanzaban para llenar los estómagos ansiosos de alimento. Buscar o cambiar productos intervenidos dio lugar al estraperlo, que es un término surgido en la República, acrónimo de los tres fundadores de un juego fraudulento con ese nombre introducido en España en esa época.


El trabajo ‘Mulleres na raia’, dirigido y producido por Diana Gonçalves, devuelve a la actualidad épocas felizmente fenecidas en las que la miseria y el hambre obligaban a las familias a luchar por la supervivencia de cualquier forma posible. En las áreas más cercanas a la frontera, la actividad más a mano -no hacía falta patrón que proporcionase el trabajo- era el tráfico de mercancías de todo tipo de un país a otro. El negocio era bien simple: comprar en un sitio lo que no había en el otro o, también, comprar barato aquí para ganar unas perras del lado de allá.


Forma de trabajo


Algunos hicieron dinero e incluso riqueza (algunas décadas atrás había personas que eran señaladas públicamente como contrabandistas al por mayor. Casi todos ellos devinieron en empresarios y una parte, incluso con exitosa trayectoria), pero la gran mayoría utilizó el estraperlo para poder llenar el estómago propio y el de los suyos. Se trataba de productos que no estaban en el mercado o escaseaban o bien estaban intervenidos por cualquiera de los Estados. Excusado es señalar la dureza de este trabajo -lo era, aunque fuese considerado ilegal- que obligaba a cargar la mercancía por senderos poco transitados o directamente por el monte, dada la necesidad de sortear la vigilancia de la Guardia Civil, aunque era frecuente que, por las razones que fuesen, los miembros del benemérito cuerpo hiciesen la vista gorda. Incluso hubo algunos que hicieron sociedad con los estraperlistas, reclamando mordida a cambio de comportamiento lo suficientemente laso para garantizar el buen fin de lo transportado.


Así pasaban de sur a norte y de norte a sur el café, menaje de cocina, ropa, bacalao, ganado... Prácticamente de todo, dependiendo de la época y de la situación, de forma que quienes se dedicaban a ello tenían consideración general de ser miembros de un oficio común. Era un método de vida. Con el paso del tiempo y la evolución socioeconómica, el mercado ilegal transfronterizo se fue circunscribiendo a alcohol y tabaco, mientras se iba reduciendo la bula social para los estraperlistas. Llegó también la droga, pero por otros canales y con distinto modus operandi.


En algunos tiempos, del lado luso hubo una variante humana, consistente en el traslado de personas indocumentadas. El destino eran España y Francia, a cambio de dinero claro. Este tipo de negocio fue, quizá, el más turbio de todos, pues además de la evidente ilegalidad, era frecuente que se produjesen estafas sobre quienes ponían hasta el último escudo en su sueño de llegar a un lugar en el que poder comenzar una nueva -y difícil vida-.


Estructura mafiosa


Todo corría a cargo de una estructura mafiosa, que era la que organizaba todo. Aún así podía ser que cumpliesen su trato, pero tampoco era raro que aquellos auténticos espaldas mojadas o ilegales como se les llamó luego a los procedentes de Africa, fuesen introducidos en el maletero de un coche, de noche, para ser llevados al punto acordado. Allí les dejaban y cuando creían que habían llegado a destino, se encontraban a pocos metros o kilómetros del punto de partida y sin un duro. En realidad, les habían estado dando vueltas sin salir de la zona de embarque.


Volviendo al estraperlo común, ha habido épocas en que ha estado tan enraizado que era parte de las vidas de buena parte de la gente que vivía en la raia -había alguna más allá de ese ámbito geográfico, pero era mucha menos-. Tanto, que hace unos años, una maestra explicaba en un pueblo fronterizo del lado español en qué consistía el tráfico ilegal de mercancías entre dos países. Los alumnos, niños de primaria, escuchaban con atención porque aquello les resultaba familiar. En un momento dado, uno de ellos, presa del entusiasmo por la plena comprensión de lo que estaba oyendo, exclamó: ‘¡Eso es lo que hace mi padre!’. Se hizo el silencio y en ese momento comprendió el error que acababa de cometer, al tiempo que añadió con pesar ‘¡ay, no podía decirlo!’, recordando las frecuentes y severas admoniciones del progenitor.


‘Mulleres na raia’ recupera parte de esa vida, tan lejana en el tiempo y tan próxima a la vez.



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