Entrimo o la apacible vida en los confines

Fray Luis de León comenzaba así su elogio de la vida campestre en un soneto: Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida senda/ por donde han ido los pocos sabios/ que en el mundo han sido... como el que su inspirador, el poeta latino Horacio hizo en la oda: Beatus ille qui/ procul negotiis/ut prisca gens mortalium/paterna rura bobus exercit suis/solutus omni faenore… (dichoso aquel/que alejado de los negocios/como el antiguo linaje de los mortales/cultiva sus campos con sus propios bueyes/libre de toda atadura… Entrimo, municipio que por capital tiene a Terrachán, pudiere parecer ser el retiro feliz de los aturdidos por el quehacer y el bullicio ciudadano. Por aquí la vida, de tan plácida que podría decirse aquello del gran escritor luso Miguel Torga a propósito de una perdida aldea de la que por tan alejada, remota, fuera de los caminos más frecuentados a donde las noticias no llegaban o si lo hacían ya no había interés por ellas porque los sucesos se habían diluido, si no fuera que a Entrimo las comunicaciones llegan como a cualquier capital. Sucede que el transmontano Torga hablaba de aldeas remotas que por aquellos mediados del pasado siglo o no llegaban las noticias y cuando sí, ya no tenían ni la vigencia que da la inmediatez, y por ello no interesaban. De Entrimo, o más bien de a Terrachán, su capital, podría decirse que la vida discurre entre la placidez sin otros sobresaltos que los que de la provecta edad se derivan. La gente usa los apodos como modo de identificación, sobre todo ya más en las aldeas periféricas, pero lo que no puede negarse es que aquel lugar de tantos pensionistas que apenas quedarán quienes trabajen si no en bares, supermercados, alguna tienda, la farmacia, las residencias, alguna aislada granja, una surtida ferretería, el centro de saúde, con alguna obra pública por toda construcción, y algún aldeano residuo involucrado en el autoconsumo. Así en este mar de placidez florecen las tertulias, el buen humor, la acidez si falta hiciere, hasta las buenas caras del vecindario; los contertulios se afanan en sus parlamentos, los solitarios en leer la prensa libando a sorbos un café, y antes del yantar de mediodía irán al domiciliar almuerzo de poco apetente estómago colmado por los muchos pinchos que en cada trasiego, o de vinos o cervezas, les sirven sea en a Entrimeña, Porta de Entrimo, o el Casino o en otro bar llamado A Funeraria, porque compaginaba lo fúnebre con lo profano del chaterío y el café en el mismo local donde las exequias se contrataban; ahora le han cambiado el nombre, ignoro si con acierto, cuando otro bar, el Estrella, aparece de volcadas sillas sobre mesa. Aquellos tiempos del auge de Entrimo como capital de la abundante gastronomía cuando se construía, bajo la población lusa de Lindoso, el segundo embalse del río Limia después de As Conchas, con el Beny, A Entrimeña, Don Pepe, Emilio o el Barcelona donde tendrías que pedir mesa, han pasado; algún negocio de esos hizo la reconversión con fortuna; otros han seguido a merced de los avatares de una menor demanda en comidas pero no en tapas, bebidas o cafés. Diríase que la “fuga” de Beny al restaurante del club de Golf de Ponte de Lima había coincidido con aquella decadencia; pero es que la tal ni aun ahora se podría decir que es, porque los parroquianos pueblan como siempre las barras o sillas de los bares, por más tiempo y establecimientos que hubiese. Podríamos decir que por allí el tiempo no pasa por la aparente y acaso real calma en todo, por los centenarios que se alcanzan en el municipio, por la paz que se respira, por unos munícipes que tratan de reactivarlo todo y no pueden, de fijar población y no lo consiguen, de estimular la producción y no logran más que todo sea hoy, igual que antes, menos en las caras que, de reconocidas aun ayer mismo paseando por sus rúas, como las de aquellos personajes que fueron como la inolvidable maestra Pura Santos, a la que la villa ha recordado dando su nombre a un museo, el escultor y edil Jesus da Eira, el hostelero Emilio, con una esposa cocinaba como los ángeles…y otros que son, como Albino, promotor del complejo hotelero A Entrimeña; el Don Pepe, reconvertido en residencia de mayores, o el Beny, referente que fue de la hostelería; con Pepe Paz, del hotel Barcelona y gasolinera, o el promotor por burgalesas tierras Gildo R. Costa. En las municipales oficinas que para comodidad de demandantes vecinos obligadas a instalarse en los bajos de una caserón, so pena como antes de que en el primero algún vecino en demanda de servicios se quebrase la crisma por aquellos semicirculares exteriores graderíos y por demás pétreos; en las nuevas, Jorge es el funcionario para todo; Lupi ostenta la veteranía; Isabel, a la laboriosa funcionaria; Tino, a la aplicación a labores de mantenimiento; el Tte. alcalde Amadeo, a la diaria disposición; el alcalde Ramón Alonso presto a resolver problemas, y a dar ejemplo caminando por etapas, con veinte del vecindario, por el Camiño Minhoto-Ribeiro desde Braga a Santiago, promovido por Mulleres do Rural, con María y Luzmarina; la oposición municipal representada por Fernando Toriello, lejano afín por parentesco, como nos decimos, con el que inevitablemente me topo. A tanta placidez podría sumarse hasta la del mismísimo Santy, que de sacristán ejerce y por párroco a ecuatoriano tiene, acaso por no haber vocaciones de nacionales, lo que podría poner en un brete o en la disyuntiva de tomar los clericales hábitos hasta al mismísimo y antedicho sacristán, si a ello forzado fuere, pienso yo. Surge como de la semi penumbra de un bar para interpelarme. Mientras tanto, los vecinos juegan a la lotería como en pocos lugares, recogen algún premio que les hace seguir tentando la suerte, lo comunican a vecinos y clientes y estimulan el consumo de décimos de algún ambulante lotero. Esto meditaba yo mientras tres a la porfía más aplicados al plato y a la llegada de un cuarto que por tal uno conocido por Ballenas, porque viendo un programa en la tele con un montón de amigachos allá por la costa cantábrica donde laboraba, se le ocurrió decir en voz alta, de unas botellas que algunos creían vacías y él: ¡van llenas, van llenas!. De ahí el sobrenombre de Ballenas que por allá le pondrían y él, en un acto de fé, a su empresa de camiones. Pareciere como si placidez de la existencia de estas gentes le viniese por la amenidad de un lugar al que, al parecer, los romanos intitulaban como Inter Amni (por corrupción o alteración llegaría a ser Entrimo) o Entre Dos Ríos, como así es entre los de Pacín y de Covas, aunque ambos distantes. Un Entrimo donde el leído Pepe Ficheira puede confinarse por períodos en su aldeano y fronterizo fortín da Pereira, con tantas vivencias en su barriada da Ficheira, de ahí el sobrenombre familiar, entre libros y azadones, cual horaciano a ver si la pandemia remite, o a la espera de algún incondicional amigo como Mani Moretón o algún otro para que lo saque de su autoexilio para libar con él unos vinos o darse el gusto, como tantos convecinos, de un bacalao na vila de Castro Laboreiro; o puedes encontrarte con Toniño, de Guxinde, desbrozando por los lindes; o con el diligente y habitual constructor Benito Bastos como aparecido desde A Illa, supervisando obras y haciendo amigos acá y acullá; o con las activas Nuria, en la hostelería, y Lourdes R. Pires, presta a cualesquiera iniciativas. Me dicen que Julio R. Salgueiro, el médico de la villa, ha sometido a muscular disciplina a unos cuantos silla-tomantes, ya para rodar a golpe de pedal por esas carreteras ya para dar unos raquetazos en una pista de Galez, también con el forestal guarda Agustín; mientras, las mujeres más aplicadas en el caminar que los varones, aunque por el asfalto sea, dejan a sus cónyuges jugando a la escoba o al tute por cafés y bares o en interminables tertulias donde se arregla el mundo o donde por tanto reposo se embotan las mentes, que más despiertas las de ellas por el físico ejercicio. Se atreve alguien a vivir en Entrimo donde la vida es larga, los sobresaltos pocos, el clima ideal para alcanzar larga vida, la tertulia asegurada, los amigos al paso o firmes; todo en una placidez pocas veces alterada, donde los concejales aún se afanan en fijar población ignorando que el paraíso está en su misma tierra y que cualquier modificación no traerá sino sobresaltos…pero en esta sociedad el progreso se asocia con el crecimiento, y en esto todos embarcados. El creced, creced es cual cantinela asociada al progreso, desoyendo las recomendaciones de la ONU sobre la superpoblación insostenible. Esto pensaba yo de la vida feliz como el usurero Alfio, del poema horaciano, que en su campestre retiro añoraba el ciudadano bullicio de la urbe (de Roma) donde prestaba dineros en los idus para recoger los réditos en las calendas.