mi particular ipc

A falta de datos oficiales, mi fiable intuición personal me dice que la pasada verbena de Sant Joan ha sido la más floja de lo que va de siglo y buena parte del anterior.
Fue, como si dijéramos, la noche más corta para el presupuesto más recortado. Un primer dato de lo que planteo es que, si bien, aquí, en Cataluña, se vendió el mismo número de cocas que en 2012, éstas eran de menor tamaño. También ha trascendido que se ha plantado menos 'fogueres' y que ha habido menos borracheras playeras. Pero hay otra razón todavía más palmaria que abona esta pesimista impresión: el Índice de Petardos al Consumo, una especie de IPC de ir por casa que me he sacado de la manga, me indica que se han vendido menos petardos que nunca.

Paseando por las calles de la ciudad en la que vivo, a la espera de la llegada de la noche más mágica, noté que hacía bastante fresquito y lamenté la ausencia en el cielo de la gran luna camuflada entre negros nubarrones. Todo un mal presagio que, no obstante, intentaban mitigar los petarderos de turno, que se esforzaban en hacer explotar sus modestos fuegos artificiales para festejar el principio del solsticio de verano. Como en años anteriores, parte de mi familia celebramos, sin tirar un solo cohete, la verbena en casa de mi hija, a base de jamón ibérico, coca, cava y algunas viandas orientales. Son las servidumbres de la globalización.

Ya de regreso a casa, definitivamente, comprobaba que este año había menos estruendo callejero y, por tanto, menos decibelios que soportar en nuestros sufridos tímpanos. Sin duda, una prueba irrefutable de que mi particular Índice de Petardos al Consumo, al que el Instituto Nacional de Estadística no tiene acceso, era claramente deficitario. En el transcurso de la verbenera noche rememoré la hermosa historia, que años atrás me explicaron en tierras bálticas, de las parejas de enamorados que la noche de San Juan se adentraba en el bosque en busca de un trébol imposible y que, en su lugar, encontraban el amor.

Pero lo que más eché en falta fue cuando, a la mañana siguiente, día de San Xoán, no encontré la palangana con agua de rosas, que mi querida madre nos ponía de pequeños en Xinzo de Limia para alejar los malos augurios y purificar nuestro espíritu.

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