ARN de interferencia y diabrótica

Un campo de cultivo de máiz.
photo_camera Un campo de cultivo de máiz.

Un estudio logra una fórmula para detener a la diabrótica, el insecto que destruye la cosecha de

máiz alimentándose de las raíces de la planta, responsables de grandes pérdidas de producción

La Diabrotica virgifera es una plaga fitófaga del maíz. Conocida por el apodo de “el insecto de los mil millones de dólares”, la diabrótica es un coleóptero que en estado larvario puede destruir hasta el 80% de la cosecha de maíz. Las larvas, conocidas como alfilerillos, son responsables de las mayores pérdidas de producción, porque se alimentan de las raíces de las plantas. Los escarabajos adultos, por su parte, se alimentan de las inflorescencias e impiden la polinización.

La diabrótica del maíz es un escarabajo que apenas alcanza el tamaño de un grano de arroz. Este discreto insecto ataca a los maizales, en Estados Unidos, llega a provocar daños que ascienden hasta los mil millones de dólares al año, de ahí viene su apodo.

Los gusanos encuentran las apetecibles raíces detectando los gases del subsuelo y otras sustancias. Los investigadores sabían que les atrae el dióxido de carbono que las raíces del maíz desprenden como subproducto de la respiración.

El insecto es originario de América Central y México, donde parasita maíces ancestrales. Hacia 1955, el escarabajo se extiende, desde Mesoamérica, hasta el corn belt estadounidense donde, además del maíz, se ha detectado en plantaciones de cucurbitáceas, alfalfa y soja.

Los científicos responsables de esta solución recurrieron a la técnica del ARN de interferencia (ARNi) para llegar a la raíz del problema. Recubrieron plántulas de maíz con una solución que contenía un ARN bicatenario específico para que las larvas las devorasen, lo que detuvo la expresión del gen que codifica los receptores de CO2 de las diabróticas y les impidió oler el gas.

El equipo describe en un artículo publicado en Life que los nuevos gusanos insensibles al CO2 ya no pudieron localizar las raíces del maíz desde más de nueve centímetros de distancia; desde más cerca podían seguir oliéndolas, aunque no percibiesen el gas. Según Machado, uno de los colaboradores responsables, esa capacidad indica que son capaces de captar otros rastros olorosos para acotar su búsqueda, una exhibición espectacular de los recursos de estas humildes larvas para alcanzar su objetivo.

Elisabeth Eilers, ecóloga química en la Universidad de Bielefeld, en Alemania, afirma que, si bien la sensibilidad al CO2 ya se había observado antes en la diabrótica, identificar e inactivar el gen responsable es especialmente revelador. “Han ahondado en ese sistema mucho más de lo que nadie había hecho hasta el momento”, afirma Eilers, ajena al estudio. Destaca que numerosos experimentos someten a prueba las preferencias y las capacidades sensoriales manipulando el cuerpo del insecto, como recortando partes de las antenas. Según ella, el nuevo método “es más directo y elegante que extirpar pedazos del insecto”.

El CO2 tal vez desempeñe un papel importante como atrayente de la diabrótica, «pero las raíces emiten una amplísima variedad de compuestos», aclara Eilers. Se pregunta cómo el gusano puede usar esos otros compuestos delatores, una cuestión que Machado planea investigar en breve silenciando más genes.

Desde el punto de vista de la larva, su capacidad de detección subterránea es un salvavidas: le ahorra un tiempo precioso en la búsqueda de alimento. “Si un insecto pasa dos días buscando comida, es como si nosotros le dedicásemos 20 años”, compara Machado.

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