Luisa García Gil , arquitecta y propietaria del Hotel Quinta da Auga

“El empresario de verdad quiere proyectos que permanezcan'

Luisa García Gil.
Luisa García Gil (Madrid, 1949) se embarcó en la aventura hostelera hace nueve años, cuando se cruzaron en su camino las ruinas de una antigua fábrica de papel del XVIII situada a las orillas del Sar, en Santiago.
Como arquitecta que es asumió el proyecto de rehabilitación del edificio y, junto con su marido, puso en marcha la 'Quinta da Auga', un cuatro estrellas lleno de historia, pero también de modernidad en su apuesta por la sostenibilidad. La inversión final rondó los seis millones.
¿Cómo llega una arquitecta a ser la propietaria de un hotel?
Hace 9 años, por avatares de la vida, mi marido y yo decidimos comprar lo que entonces eran las ruinas de la Quinta da Auga. Curiosamente esa propiedad se había puesto en mi camino como profesional en varias ocasiones, ya que hubo gente que me llamó para hacer una propuesta para construir, precisamente, un hotel allí. En aquel momento no se llegó a un acuerdo con los propietarios y se paralizó el proyecto. Hace nueve años nos propusieron comprarlo y rehabilitarlo ya que mi marido era, y es, promotor inmobiliario. En realidad nos autoengañamos, porque los empresarios en el fondo es lo que hacemos, porque nos apetecía mucho restaurar aquello, porque nos gusta la cultura y la historia. En un momento llegamos a pensar en que íbamos a venderlo una vez restaurado, pero eso no se ha producido, y aquí estamos de hosteleros.
¿Cuál es su papel en la empresa?
Hace tres años decidí dejar mi actividad como arquitecto y empezar a colaborar en la dirección y en el día a día del hotel. El jardín también es cosa mía. Me gusta porque lo más satisfactorio es trabajar en equipo. Hay que tener en cuenta que el arquitecto trabaja en soledad, y ya hacía bastante tiempo que me apetecía un trabajo más participativo. Somos cinco negocios en uno: cafetería, restaurante, eventos, spa y alojamiento. Un hotel muy dinámico, muy vivo.
¿Cuál es el concepto de Quinta da Auga?
Es un negocio joven, moderno, pero también muy familiar. En Santiago, pese a haber mucho hotel, no había hasta ahora este tipo de alojamiento. Nosotros somos una familia muy viajera, y cuando viajas por Francia, Italia, Alemania, etc., nos encontrábamos con hoteles independientes, como el nuestro, que no pertenecían a ninguna cadena. Ahí te das cuenta de que son hoteles diferentes, con alma, llenos de sensaciones. La gente nos dice que se ve en cada rincón el cariño que hemos puesto en nuestro hotel. Hemos participado en todas las decisiones, hasta en la elaboración de la carta.
¿El hotel es una vocación cumplida o más bien fruto de una visión empresarial?
Nosotros no éramos hoteleros, esto es visión empresarial. Pero no de empresa pelotazo, si no de empresa tradicional. Con la edad que tenemos, para mi marido y para mí embarcarnos en semejante aventura. Por eso creo que se trata del gusanillo que tiene el empresario de verdad, de poner en marcha proyectos que permanezcan. Es una empresa consolidada, familiar y que queremos que pase de generación en generación.
Además de ser un proyecto muy personal...
Sí, yo me encargué del proyecto de rehabilitación y llevé la dirección de obra. Restaurar es como dar una segunda oportunidad a un edficio, y en este caso también nos gustó la idea de que el edificio ya era una empresa familiar. Desde el siglo XVIII fue una fábrica de papel, un aserradero, una fábrica de cerveza... siempre ha ido de manos de familia emprendedora a familia emprendedora. Para nosotros eso es una clave muy importante, el que hayamos conservado el espíritu de la empresa familiar. Soy muy sentimental para eso.
También lo definen como un “ecohotel”...
Es un hotel que está en la ciudad, pero en un entorno medioambiental muy cuidado, y efectivamente es un hotel muy sostenible como negocio turístico, donde hemos empleado los últimos avances en ahorro energético y sostenibilidad. De hecho es el primer hotel que utiliza sus propias máquinas de microcogeneración para generar electricidad. También tenemos paneles solares y sistemas de geotermia, suelo radiante para calentar y enfríar. Digamos que es un hotel en el que se mezcla lo antiguo con lo moderno, incluso en la decoración. En este sentido todas las habitaciones están personalizadas, son únicas. Queríamos crear un hotel de los que gustan a los grandes viajeros, entrañable y familiar. Es algo que no está reñido con la elegancia y el buen gusto.
¿Qué dificultades se encontraron a la hora de abrir el negocio?
La finca era un bosque de maleza, para empezar. Pero la primera pega es la propia Administración, que no ayuda a estos proyectos. En una época de crisis como esta, entiendo que se tenían que volcar más. Hemos creado más de 40 puestos de trabajo directos. Son puestos fijos, muy fijos, ya que creemos crear ese concepto de equipo. Para fidelizar a los clientes los empleados tienen que estar a gusto. La administración para estos temas no es ágil, un empresario no puede estar esperando e invirtiendo al mismo tiempo en una idea durante seis años.

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