Proclama su sentido de la 'independencia' y advierte que no se dejará influir por 'poderes económicos, mediáticos o de otro signo

Rajoy concluye la larga marcha por la oposición con una victoria histórica y el duro reto de enfrentar la crisis

Mariano Rajoy (Foto: EFE)
Mariano Rajoy iba a ser presidente en 2004. Lo decían todas las encuestas. Sin embargo, el atentado del 11-M cambió su suerte y el voto de los españoles, que durante dos legislaturas le mantuvieron en la oposición. Ahora, con casi ocho años de retraso, Mariano Rajoy llega al Palacio de la Moncloa, investido con el mayor poder que ningún gobernante democrático tuvo desde las primeras legislaturas de Felipe González, pero también con la urgencia y la responsabilidad de enfrentarse a la crisis económica más grave de las últimas décadas.
De Santiago de Compostela y por lo tanto gallego, 'demasiado', según sus críticos, Mariano Rajoy lleva 30 años dedicado a la política activa. Antes se había licenciado en Derecho y asegurado la vida con una plaza de registrador de la propiedad. Desde el elogio desmedido en los últimos tiempos, a la mofa más descarnada, muchos son los retratos que en estos años se han hecho de Rajoy. Sin embargo, él ha preferido dibujarse uno propio. 'En Confianza', una autobiografía recientemente publicada, se confiesa a su manera, mostrando algunas cosas e insinuando otras.

Desvela, por ejemplo, que la persona que más ha influido en su vida, su referente, ha sido su padre, ahora jubilado, pero que fue juez. Un 'hombre de derecho' al que dice parecerse en el equilibrio vital y la profunda serenidad, así como en su faceta perfeccionista, algo introvertido y prudente. De su madre, fallecida aún joven, destaca el sentido del 'esfuerzo y del sacrificio'. Son valores que dice tener 'grabados en la piel' y que complementa con la razonabilidad, la sensatez, el equilibrio, y por supuesto el 'sentido común', su expresión más repetida.

Pero también advierte y proclama que no está dispuesto a dejarse influir por 'los poderes económicos, mediáticos o de otro signo', por ese sentido de la 'independencia' que también aprendió de su progenitor. Esa es una de las heridas, apenas cicatrizada de los siete años largos de oposición, cuando veía cómo se cuestionaba su liderazgo y cosechaba epítetos descalificatorios, tanto dentro como fuera de su casa. En los últimos meses, ya con el viento a favor, no ha dejado de recordarlo. Por ejemplo en la Conferencia Programática de Málaga, donde proclamó: 'Si hoy estoy aquí -y no sabéis con cuánto orgullo-, es porque vosotros lo habéis querido. Vosotros y nadie más. Vosotros y a pesar de todo'. Por ello, considera que no le debe nada a nadie y que gobernará sin atender a presiones.

De la larga marcha por la oposición, Rajoy recuerda los viajes por España, las conversaciones con la gente y sobre todo las muchas 'tortas' que recibía cuando parecía del todo imposible que alguna vez ganara las elecciones generales. Eran los tiempos en los que Zapatero le llamaba 'perdedor nato' desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Incluso en dos ocasiones, tras perder las elecciones de 2004 y 2008, estuvo a punto de tirar la toalla. En ninguna de las dos legislaturas lo ha tenido fácil. En la primera, que nació de la conmoción de los atentados de Atocha, el PP no sólo tuvo que recomponer el tipo tras la inesperada derrota, sino que se quedó aislado.

El famoso 'talante' de Zapatero se convirtió pronto en un férreo 'cordón sanitario'. Los populares se quedaron solos, sin aliados en el Congreso y convertidos en chivos expiatorios en Cataluña y el País Vasco. Además, los dos temas principales que marcaron aquellos cuatro años, la aprobación del Estatuto catalán y la negociación con la banda terrorista ETA, provocaron un clima bronco y agrio en los debates parlamentarios. Todavía en la reciente camapaña el PSOE le exigía que pidiera perdón a Zapatero por haberle dicho en uno de aquellos tensos rifirarrafes que había traicionado a los muertos.

Rajoy perdió las elecciones generales de 2008 y en la noche electoral, en el balcón de Génova, muchos pensaron que se estaba despidiendo. Sus críticos le responsabilizaron personalmente de la derrota. 'No suma, no aporta ni un voto a los de las siglas del partido', decían por entonces. La batalla interna, sin embargo, ya se había entablado mucho antes, por la configuración de las listas de Madrid. Alberto Ruiz Gallardón quería ser diputado y Esperanza Aguirre deseaba impedirlo.

En el fondo, de lo que se hablaba era de la pelea sucesoria: quien se sentaba en la séptima planta de Génova si se perdían las elecciones. Rajoy, en su estilo, dio largas, dejó pasar el tiempo y ya al límite de la presentación de las listas y de la desesperación de los contendientes, dejó fuera a los dos. -'Joder, qué tropa', había dicho meses antes citando al Conde de Romanones, durante la presentación de un libro de la presidenta en la que ésta se metía con el alcalde.

Al día siguiente de la derrota, el partido entró en ebullición. De un lado Esperanza Aguirre, que amagó en varias ocasiones y del otro la mayoría de barones del partido que cerraron filas con Rajoy. Durante tres meses, de marzo a junio, cuando se celebró el XVI Congreso en Valencia, el PP no tuvo ningún día tranquilo. Al final, Rajoy acabó siendo candidato único, ganó el congreso con el 84 por ciento de los apoyos e hizo el equipo que él quería, dejando por el camino algunas herencias de Aznar. También diseñó una estrategia más templada, abriéndose a la relación con los partidos nacionalistas.

El mal resultado en Cataluña, donde el PSOE le aventajó en 17 escaños, había sido una de las principales lecciones de la noche electoral. Por el camino también se quedó María San Gil, que protagonizó otra crisis previa al Congreso por sus discrepancias con la ponencia política.

Pero Rajoy había ganado sólo una batalla, la del Congreso. Por delante tenía nuevas revalidas. Primero las elecciones gallegas y vascas, y después las europeas. En el ambiente de los críticos se decía que esos comicios eran definitivos, el examen final que decidiría su continuidad. Además, en la prueba se incluyó una asignatura no prevista en el temario: el estallido del 'caso Gürtel'. Sin embargo, no tuvo ningún efecto , aunque con el paso del tiempo tuvieran que dimitir Francisco Camps y el tesorero del partido.

La baraka que tanto había protegido a Zapatero había cambiado de bando. En Galicia ganó Alberto Feijóo y Antonio Basagoiti pudo pactar con Patxi López en el País Vasco. Meses después también Jaime Mayor Oreja ganó las europeas. Desde entonces la ventaja de los populares sobre los socialistas no hizo más que aumentar. Los datos del desempleo, el relato gubernamental sobre la crisis y los recortes del mes de mayo de 2010 confluyeron en el hundimiento del PSOE, que en las elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo se despeñó hacia el peor resultado de su historia.

Pero a pesar de los éxitos electorales, algunos fantasmas le seguían persiguiendo. En especial los 'cuatro trajes' de Francisco Camps. Precisamente, la demora en la toma de decisiones, es una las críticas más comunes que en estos años se la han hecho. El se defiende asegurando que las toma cuando cree que debe hacerlo, que detesta actuar a la ligera y que en ocasiones, es mejor no tomar ninguna decisión. 'A veces, estar en los grises es ubicarse en el sentido común', afirmaba recientemente en una entrevista.

Ahora, conquistada la cima y alcanzada La Moncloa, Rajoy apenas tendrá unas horas para disfrutar de la victoria. Todo son urgencias. Le esperan los mercados con sus colmillos de vampiro, la angustia vital de los cinco millones de parados, la desaceleración de la economía y toda la 'herencia envenenada' de Rodríguez Zapatero. Una tortuosa gincana, por la que tendrá que conducir sin vacilaciones, con celeridad y tomando decisiones rápidas y arriesgadas, para demostrar que es 'fiable' y generar la 'confianza y seguridad' que tanto ha repetido que hará durante su campaña electoral.

Te puede interesar