EURO

Cuestión de superviviencia

Quee la economía esté creciendo debería suponer que las empresas estén comenzando a vender más y que necesiten incorporar parte de la plantilla de personal

Leo con cierto asombro que la economía española está alcanzando tasas de crecimiento cercanas al 4%, cifra que suena realmente bien y que nos podría hacer pensar que hemos abandonado el espeso bosque de la recesión y caminamos ya por una nueva senda de prosperidad. Si se cumplieran las premisas que se estudian en los libros, un crecimiento tan alto significaría una reactivacióndel consumo y, en consecuencia, un aumento del ritmo de ventas de las empresas. Si hay que vender más, hay que fabricar más, y esto -a su vez- significa que las compañías deben reactivar todos sus procesos productivos para alcanzar una mayor “velocidad de crucero”, esos mismos procesos que frenaron cuando empezó la recesión y que supuso que cientos de miles de trabajadores se fueran al paro.

En definitiva, que la economía esté creciendo debería suponer que las empresas estén comenzando a vender más y que necesiten incorporar parte de la plantilla de personal que despidieron hace años, todo ello con el fin de poder abordar de nuevo los ritmos de fabricación que se precisan en una economía en donde el consumo está reactivado. Y es aquí en donde no cuadran las cosas: por muy positivas que sean las cifras de disminución del paro, todo parece indicar que el ritmo de caída de la tasa de desempleo no va acorde con el alto nivel de crecimiento de la economía española. Se percibe un desajuste entre ambas cifras que debe ser analizado con detalle y que destapa sombras en el modelo económico que conocemos “de toda la vida”. Reflexionemos sobre ello.

Una de las causas de podría subyacer detrás de este desajuste estaría vinculada a la globalización.La externalización de servicios fuera de nuestras fronteras puede provocar que las necesidades de personal lógicas en una etapa de bonanza no se trasladen al propio país, sino a aquellos en donde está radicada la producción. Para recuperar la fabricación “perdida” habría que hacer ajuste de costes, cosa que no parece sencilla ni oportuna porque aboca a un aumento de la precariedad laboral del país. Aquí hay un serio problema.

De otro lado, no podemos olvidar que vivimos en plena era tecnológica y que las innovaciones impactan en todos los ámbitos del trabajo. Se dice que todas aquellas tareas rutinarias que puedan ser sustituidas por máquinas… ¡¡lo serán!! Y en efecto, estamos viendo como paulatinamente van desapareciendo los cobradores en las cabinas de peaje, van apareciendo cajas de autocobro en los centros comerciales, las máquinas de vending van ganando espacio, los drones comienzan a sustituir a los repartidores, etc. Para realizar procesos similares a los del pasado y obtener los mismos resultados, la implicación de las personas es cada vez menor.

Ambas conclusiones nos conducen a un panorama hasta ahora desconocido, un panorama en donde se pueden conseguir altas tasas de crecimiento en la economía sin que haya correspondencia con el empleo de las personas. Las víctimas de este modelo serán las personas con baja cualificación profesional cuyo trabajo no aporta un claro valor a las organizaciones, perfil en el que en España hay abundancia. ¿Se comprende ahora la importancia de meterse en el carro de la formación continua, de la actualización permanente de conocimientos? No se trata de una moda; se trata de una cuestión de supervivencia.

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